El pueblo ecuatoriano ha sentido que su padre, su madre, su abuelo, su abuela, estaban viviendo la pasión de nuevos Cristos, por haber cometido el pecado de llegar a la ancianidad, luego de trabajar toda su vida.

Con la resolución final del Congreso y su publicación en el Registro Oficial, ha terminado un episodio social que en sus inicios parecía una telenovela, pero que fue en realidad un trágico retrato de las marcadas diferencias existentes entre los ciudadanos del Ecuador. Se ha probado, una vez más, que en vez de un Ecuador hay por lo menos dos Ecuadores: el de los beneficiarios de los derechos señalados en la Constitución, y el de los que solamente tienen deberes.

Conforme transcurran los días y los años se irán entendiendo con mayor claridad las proyecciones y los clamores de la protesta de los jubilados que reclamaban la elevación de pensiones, que constituían una real iniquidad.

Para obtener un resultado positivo en su demanda ante los poderes del Estado, numerosos ancianos enfermos y desnutridos se jugaron la vida, e incluso algunos la perdieron. El “ogro filantrópico” estatal, tras reconocer la justicia de la demanda, dio su brazo a torcer. Vino, entonces, la hora de lo que se ha llamado el ping-pong del Ejecutivo y el Congreso, en la búsqueda de fuentes de ingresos para respaldar la elevación de las pensiones.

Todo el país ha respirado satisfecho ante la conclusión del drama. El pueblo ecuatoriano ha sentido que su padre, su madre, su abuelo, su abuela, estaban viviendo la pasión de nuevos Cristos, por haber cometido el pecado de llegar a la ancianidad, luego de trabajar toda su vida.

Han dicho bien los jubilados al afirmar que dejan como herencia para futuras generaciones este episodio en el que han sufrido hambre, enfermedad, frío y otras penalidades, además de privarse voluntariamente de la compañía y el calor material y espiritual de sus familias.

Se trata de un legado imposible de mensurar, pero de gran trascendencia en todos los sentidos. Por él sabrán quienes sean favorecidos que, merced al sacrificio de los  abuelos, hubo un pan más en la mesa o un dólar más para pagar el arriendo, los servicios esenciales o la matrícula escolar del último nieto.

Pero también constituye una lección esta herencia a la que nos referimos. La reciben el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social y los poderes del Estado. En ella se recuerda que al redactar los presupuestos y al establecer las normas actuariales y de auditorías se debe poner en primer plano los intereses del ser humano. Que por defender las proyecciones de la macroeconomía no debe dejarse a un lado la economía de Juan Pueblo. Sería absurdo pretender que pueda existir un Estado floreciente con un pueblo miserable.