Entre los cuestionamientos que la gente dirigía a Jesús hay uno, que hoy más que nunca tiene una tremenda actualidad y es el referente a dos hermanos que disputaban sobre el destino final de la riqueza a la cual ambos tenían derecho a acceder.

Jesús de plano rechaza el arbitraje que le propone uno de ellos con estas palabras: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” y dijo a la gente: “Mirad, guardaos de toda clase de codicia; pues aunque uno ande sobrado su vida no depende de sus bienes”.

La respuesta que le da Jesús al joven rico no era lo que este esperaba, pues él miraba desde el concepto humano que el bienestar se encuentra en lo que se posee.

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La actitud del Maestro es aquella de la que todo cristiano debería estar consciente y abrirnos a la vida de Dios manifestada en las enseñanzas de Jesús.

Continuó Jesús su diálogo con la parábola del hombre rico, el cual tuvo una gran cosecha y pensó que no tenía dónde almacenar la misma y decidió construir graneros más grandes y se dijo: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida; pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida; lo que has acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”. Con ello Jesús nos explica cuál es la verdadera riqueza del hombre.

Jesús no solo se ha limitado a no desempeñar el papel de partidor de bienes, sino que con un ejemplo ha puesto muy en claro que la riqueza acumulada, aun entre personas relacionadas por lazos familiares, lejos de unirlas, las separa.

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La injusta distribución de la riqueza en la familia ecuatoriana  es un claro ejemplo de las causas de los grandes males en nuestra sociedad, prueba de ello es el caso de los jubilados, en la que habiendo tenido una vida de trabajo no se les entrega lo que en justicia se les debe.

Por lo tanto, una vida de solidaridad es el camino que como hermanos e hijos de Dios debemos seguir para lograr cambios en la sociedad.