Diez mil personas de todos los rincones de nuestro continente se reunieron en Quito, bajo la ilusión de que otra América es posible.

Otra América, sin injusticias, sin exclusiones, sin violencia, sin pobreza, sin analfabetismo, sin desempleo.

Otra América, sin desesperanza, sin temores, sin inseguridad, sin angustias.

Otra América, compartida, solidaria y fraterna.

Otra América.

Entre las diez mil personas no estaban representantes de los grupos que tradicionalmente detentan el poder, ni los dirigentes de los sindicatos, ni los de las cámaras, ni los de los partidos políticos. Hoy, son instancias ajenas a la mayoría de los ciudadanos y las ciudadanas que no se sienten representados en ellas, que saben que perdieron la oportunidad de construir esa América distinta que se reclama.

Muchos dirán que la reunión fue inútil porque no llegó a conclusiones aplicables, y puede ser que así sea si todo lo medimos por la inmediatez de lo práctico, pero los procesos sociales se miden de otra manera, son lentos, se construyen poco a poco. Se inician con la capacidad de imaginar algo distinto y compartir ese sueño.
Luego, el reto es hacer que el pensamiento, la acción y la organización hagan realidad lo que imaginamos.

Por eso, América, nuestra América, necesita mucho pensamiento, capacidad de elaborar la teoría de la sociedad que queremos y preparación para enfrentar con éxito y desde nuestra identidad, y nuestros anhelos, la ubicación de nuestro continente en este mundo global, de características que se nos presentan como únicas e ineludibles y que frenan nuestro desarrollo y nuestros sueños.

Otra América es posible, pero para lograrlo necesitamos contagiarnos de esa capacidad de soñar algo distinto, de ese sentimiento de solidaridad y justicia como base de la acción social y política; y necesitamos, también, ciertamente, robustecer todas las instancias alternativas de organización que han surgido como respuesta a la inercia y a la renuncia a trabajar por el bien común de los grupos tradicionales.