Mucho hemos hablado las últimas semanas de las finanzas públicas, sus falencias e irresponsabilidades. Ahora giramos 180 grados y nos encontramos con los ciudadanos: consumidores, empresarios, trabajadores, padres de familia. Son (somos) actores de la sociedad que se construye, y nuestras actitudes destruyen o enaltecen, empujan o son granitos de destrucción social. Por eso vale la pena mirarnos hacia adentro, y no querer siempre encontrar la paja en el ojo ajeno.

1) Hablamos mucho de la educación como factor clave del desarrollo, y lo es sin duda. Pero también nos cruzamos de brazos esperando que el Gobierno ponga recursos, acciones, instituciones para mejorar este frente de batalla. ¿Y qué pelea damos nosotros? Por lo menos, ¿miramos a los hijos de nuestros empleados, a los niños que dormitan en la calle, e intentamos un paso para ayudarles en su educación? Por lo menos, ¿preguntamos en nuestro entorno cuántos niños estudian y dónde lo hacen?

2) La corrupción es otro mal que gangrena. Lo sabemos y lo criticamos, lanzamos también los dardos muy lejos: a los políticos, a los grupos de interés. Pero, ¿son los únicos culpables? ¿Acaso en nuestro pequeño entorno no reproducimos mil veces las mismas tentaciones? La mano billetera para evitar una sanción, el pago para saltar una fila. ¿Importa? Sí, la corrupción es una suma de actitudes. ¿Y el pago de impuestos? ¿No es un poco fácil el pretexto del mal uso de los fondos para evadirlo?

3) Queremos una sociedad respetuosa, pero ahora que ya pasó la novelería de la excelente campaña de Participación Ciudadana, ¿aún nos acordamos que la puntualidad no es un favor a nadie, sino el mínimo esfuerzo de respeto a los demás? Y, ¿cuántas veces paramos cuando un peatón pasa la calle? ¿Acaso la jungla del tránsito no es el mejor lugar para juzgar cómo una sociedad se comporta consigo misma? Y francamente, reconozcamos, que nos comportamos como (casi) salvajes.

4) La eficiencia y el bien hacer son la primera premisa del desarrollo económico, y estos últimos años hemos ido repitiendo el estribillo cada vez con más intensidad. Pero, ¿cuánto nos compromete y nos comprometemos realmente? La primera actitud de calidad es la exigencia, ¿somos exigentes? O siempre dejamos pasar las oportunidades como consumidores (en el mercado de bienes y en el político) de hacer saber que las cosas se pueden ofertar de mejor manera. Al callar, otorgamos un permiso adicional a las malas prácticas. Y si nos situamos del otro lado, como productores, ¿hacemos siempre el esfuerzo de honrar la célebre frase “el cliente es lo primero”, o siempre somos nosotros los primeros? Y los trabajadores, ¿qué lugar ocupan?

5) Y el eterno respeto a la ley, la seguridad jurídica y toda la cantaleta. Correcto, sin ello no hay desarrollo. Pero, ¿es ese respeto válido en todas circunstancias, o podemos violentarlo un poco cuando el irrespeto a la ley nos favorece?

En fin, preguntas lanzadas a mi propia conciencia, a la suya. Quizás, porque encontrar la astilla en el ojo propio es una buena manera de caminar más livianos.