Los vientos de julio y agosto invitan a construir y elevar este popular juguete.

La rabona, la pangora, la  estrella, la pava, la pava estrella, el viejo, el  bolo, el farol y la clásica capuchina  fueron los modelos más comunes de cometas que los muchachos y adultos de las distintas décadas  del siglo pasado construyeron e hicieron volar, especialmente en julio y agosto de cada año, cuando la  brisa vespertina porteña favorece la diversión con este juguete arraigado a las tradiciones y al folclore social de Guayaquil, y también de nuestro país y muchas naciones del mundo.

Aunque la costumbre decreció por la falta de integración familiar que impide la confección  compartida del juguete entre  padres e hijos, la ausencia de los hábiles cometeros barriales que las fabricaban para venderlas y de paso enseñaban esa labor  a  los chiquillos del vecindario, la ‘industrialización’ que frena la realización manual, etcétera, todavía se puede gozar del espectáculo de ver construir una cometa, hacerla volar y hasta participar de un “duelo” en pos de mayor altura para una de ellas.

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Por eso se dice que aún hay  tiempo para disfrutar de las cometas, pues agosto nos regala el viento necesario para que estas vuelen.

Y pese a que en la urbe ya quedan pocos espacios para elevarlas porque  el tendido de cables de energía eléctrica, la altura de los edificios y otras novedades lo dificultan, si nos proponemos la tarea, procuremos confeccionar nuestro propio juguete con materiales que resulta fácil conseguir:  papel cometa, tiras de caña guadua, hilo, goma, piola, trozos de trapo para la cola de la cometa y  tijeras.

Pero si hay  temor porque algo salga mal en su elaboración, busquémosla  entre quienes las venden  a 1 y 2 dólares por los sectores de la Alborada, Policentro, Albán Borja, terminal terrestre, Av. Domingo Comín y José Vicente Trujillo, Av. Quito y El Oro,  y otros sitios  de afluencia. Lo importante es tener  la oportunidad de echarla al viento.

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Por lo tanto, una vez en nuestras manos, junto con familiares y amigos busquemos un sector abierto de nuestra querida metrópoli para, sin peligros de líneas de  fluido eléctrico, disfrutar de esa  actividad recreativa que en grupo  es mucho más complaciente, igual que lo hicieron nuestros mayores.