Transitar por Guayaquil se ha convertido en martirio a causa del ensordecedor ruido que generan negocios, voceadores, buses y automóviles.

No es raro observar comerciantes –especialmente de electrodomésticos– promocionar sus productos a través de altoparlantes con estridente música para atraer clientes con la potencia que los aparatos de sonido ofrecen.

Pero la mayor cantidad de ruido es generada por choferes de transporte público y taxis, que con sus bocinas hacen una especie de nuevo código Morse para franquear coches que se encuentran delante de ellos; llamar la atención de pasajeros parados en las aceras; apurar a los autos adyacentes, que la luz del semáforo de la intersección ha cambiado de verde a amarillo y por tanto es momento de avanzar; para captar las miradas de las damas que caminan en la calle. En fin, cualquier pretexto es bueno para activar las bocinas y pitos.

Publicidad

La marca, potencia, tonalidad y número de bocinas con que están equipados los buses y taxis, es tan variada; personalmente detesto aquellas que parecen extraídas de algún buque del astillero o de alarmas antirrobo que generan un eterno ulular.

Hay falta de cultura, civismo y sentido común, pero sobre todo, de respeto al prójimo y a las leyes, de quienes abusan de los pitos. De cuando en cuando  las autoridades promocionan campañas para controlar y decomisar estos elementos nocivos para la salud auditiva y mental, pero como buenos políticos que son, solo queda en promesas la eliminación de los niveles de contaminación por ruido en la ciudad.

Andrés Miranda Vásquez
Guayaquil