Una de las diferencias entre el optimista y el pesimista es que el optimista cree que lo que está hecho, por mejor que esté, solo es la plataforma para lo que debe hacerse de presente y de futuro; y, el pesimista cree que ya se hizo todo lo que podía hacerse, lo cual no necesariamente implica fracaso, porque puede ser que lo realizado sea un éxito, pero piense que nadie puede superarlo.

A pocas horas de entregar la bandera de la Universidad de Guayaquil al nuevo rector, elegido en las urnas, Dr. Carlos Cedeño Navarrete, después de haber ejercido el Rectorado desde el 31 de octubre de 1994, me honra ser optimista.
En la Universidad no ha habido milagro alguno, sino trabajo humano y colectivo. Los seres con voluntad y fuerza para despojarse de la envidia y el egoísmo pueden y deben ser actores de un trabajo colectivo. Guardo gratitud a quienes me han acompañado en las funciones del gobierno central y de las diferentes unidades académicas y administrativas, pero no fueron 4, o 50, o 100 personas las que le dieron nueva vida a la Universidad, sino las decenas de miles de personas, profesores, estudiantes y trabajadores que en estos diez años aportaron, trabajaron y creyeron en la Alma Máter.

Cuánto vale confiar en los demás, para eso hay que ser honesto y no guardar secretismo alguno. Nunca mi escritorio ha tenido llave en función pública alguna. ¿Para qué? No guardo un contrato o una oferta, un cheque o un trámite, todo debe estar a la vista y en la unidad administrativa que corresponda. La única traba para la información que requiera una persona es que pague las copias de lo que pide, porque una institución pública no debe gastar miles de dólares en copias que a terceros interesen.

¿Quién sirve más en una institución? Todos aportan lo suyo. Si tomamos el símil de una orquesta, el director no es el que toca cada uno de los instrumentos o tiene que encargarse de llevarlos o traerlos, claro que hay que darles ánimo a los que integran el cuerpo colegiado, que deben reconocerse los esfuerzos, que deben sentirse todos como parte de una gran familia, pero el cumplimiento de lo que todos y cada uno debe hacer configura la realización personal y colectiva.

Mujeres y hombres de la Universidad merecen mi reconocimiento. Han tenido fe en el proyecto universitario y en la calidad de su trabajo, sobre todo en sí mismos y en los compañeros que compartieron responsabilidades. La mayoría de los actores de la administración universitaria son los mismos de diez años atrás, no hay directivo que no sea de esa época, pero con una mística de mayor compromiso porque se sienten profundamente respetados y que se valora su trabajo.

En la ciudad y en el país, nuestro colectivo universitario recibió múltiples apoyos, por eso la correspondencia de nuestra gratitud y aun cuando con los gobiernos nacionales y seccionales hemos tenido coincidencias y contradicciones, el balance siempre terminó siendo positivo.

Regreso a la vida de profesor y abogado, lo hago feliz, aspiro y espero que todo lo que hicimos colectivamente en diez años, se convierta en capítulos de historia y que los que sucedan en el gobierno universitario reciban más atención y apoyo, para compartir con ellos mayores éxitos.