Con este julio del 2004 se va algo nuestro, parafraseando al poeta; sin embargo, también con este julio se queda dentro de nuestro espíritu un cúmulo de experiencias alegres y positivas; se queda, además, una lista importante de propósitos y buenos deseos. De los encuentros con la realidad que se palpita, cada uno, desde su especial ubicación, es testigo del nacimiento de apreciaciones variadas, del robustecimiento de convicciones y de la presencia de un modo peculiar de entender el ritmo de una urbe que escogió el progreso como sendero para su deambular en el tiempo y de una gente que jamás renunció a luchar en contra de la inercia, de la rutina y el conformismo.

Bajo las premisas anotadas en el párrafo anterior quizá podamos encontrar una cierta cercanía en conceptos y sentimientos:

–Las fiestas patronales de Santiago de Guayaquil son una ocasión ideal para la intensificación del turismo interno, pues la Sierra empieza precisamente en julio sus vacaciones de fin de año, vacaciones que solamente tienen su alteración cuando huelgas y paros trastocan el calendario en escuelas y colegios fiscales; nuestras playas empiezan ya a llenarse de familias quiteñas, ambateñas y azuayas, de manera especial, a pesar de que en estas semanas el clima, para los “costeños”, es demasiado frío. Guayaquil tiene mucho que mostrar de aquello que ha construido en doce años de esmerado trabajo. Bien por nuestro Ecuador.

–Es hermoso sentirnos “orgullosamente ecuatorianos” cuando admiramos a Cuenca con todas las exquisiteces de su morlaquía; cuando visitamos Riobamba y nos extasiamos frente al Chimborazo; cuando contemplamos al Tungurahua con la fuerza de su materia ígnea; cuando saboreamos las bondades de Guayaquil y sentimos en nuestro paladar la dulzura de una ciudad “más ciudad” y de una gente cada vez más comprometida con la patria. A pesar de los vendavales oficiales de irresponsabilidad y de poca dedicación a la construcción de un Ecuador más justo y solidario, se ve por todos los costados de nuestra patria el resurgimiento de espíritus libres que buscan el bien común como bandera de su realización personal.

–Cuando termina este julio, Guayaquil renueva su empeño por constituirse en la ciudad más amigable, más moderna, más segura y mejor cuidada de la costa del Pacífico. Si es verdad que queda mucho camino por recorrer, es verdad también que la voluntad de un pueblo y su compromiso con la historia forman una palanca de irresistible fuerza, capaz de romper todos los obstáculos que se presenten.

–El guayaquileño grande es el ciudadano sencillo, alegre, dicharachero, buena gente, amigo leal; es la mujer hermosa, dotada de una exquisitez especial, poseedora de un donaire peculiar y dueña de una intuición muy propia, cualidades que junto a un corazón gigante, lleno de sentimientos nobles, es cuna de un voluntariado solidario y ecuménico que da vida a un enjambre de almas siempre revoloteando por lugares donde la necesidad y el dolor requieren de la presencia humana.

–Se va julio y queda en los ciudadanos la obligación de cuidar de su ciudad: de su limpieza, de su decoro, de su seguridad, del presente y del futuro.

¿Es posible cuidar del futuro de Guayaquil si nos descuidamos del presente de nuestra niñez y juventud? Imposible.