¡Pues sí! –dijo Pedro, dándole un suave golpe a la mesa y a la ese sonido de zeta–, parece que en  Ecuador la cosa se pone peor.

–Suelte la amargura y cuénteme de qué se enteró en su viaje –respondió don Eulolio, mientras guardaba las naranjillas recién regaladas.

–Primero, ese asunto de los jubilados no termina. Se me parte el alma viendo a esos viejitos, acurrucaditos en ese frío mientras hacen huelga de hambre y  yendo de aquí para allá, intentando terminar su autoprocesión, todo porque el Congreso aprobó se eleven las pensiones y ahora no encuentran de dónde sacar el dinero.
Frente a ello, el Ministro de Finanzas, que ni le cuento compadre la cara que tiene, dijo  por la TV que un fondo que no recuerdo el nombre tenía dinero, pero que el 70% de esa plata será destinada a la recompra de la deuda externa.
Después, la delincuencia está terrible. En las cárceles hacen túneles y se salen los delincuentes por montones, y al día siguiente, como insultando nuestra inteligencia, la policía entra, hace inspecciones de armas,  dizque haciendo presencia.

–Don Pedro, no se desanime, verá cómo los políticos tomarán conciencia y quién sabe si más rápido de lo que pensábamos volvemos a nuestra patria.

–Dios lo oiga don Eulolio, pero lo dudo. Imagínese que no hace mucho hubo bronca de puñetes entre Febres-Cordero y Borbúa.

–No puede ser que se hayan dado de golpes –exclamó Eulolio–.

–Pues sí –dijo Pedro–, la misma doña Pepa me lo contó. ¿Sí se acuerda de ella, no?

–Sí, claro, buena mujer, ¿todavía cree que tiene sangre azul?

–Parece que sí –contesta Pedro–, porque la historia me la lanzó así: “Viera a ese cholo de Borbúa desafiando al presidente”. Usted sabe, ella lo sigue llamando así.
Pero la pelea ya quedó ahí. No sabemos si por bien del país y por el bien de los acuerdos, aún pendientes, entre el Gobierno y el PSC.

–La bronca que no se me pasa es la que me causó el alcalde de Jipijapa.
Desapareció, y con él,  millones de dólares que eran para un hospital, y por más que hicieron paro no se sabe nada. ¡Qué barbaridad!, ¿y de qué partido era? No se sabe bien, unos dicen que del PRE y otros de uno nuevo.

–¿Sabe, don Pedro?, cuando lo oigo, creo que hice bien en venirme,  por lo menos mis hijos se crían con otro ejemplo.

–Tampoco sé si hicimos bien, don Eulolio, no ve que aquí también vimos cómo se llevaron a los militares a una guerra absurda y sin motivo; y ya ve, resulta que nunca hubo armas químicas ni nada. En todas partes, el dinero mueve a las personas, o mejor dicho, el dinero mueve al mundo.

–No diga eso don Pedro, no exagere en su pesimismo, ¿o quiere que le recuerde la razón por la que se decidió cruzar el charco?

Pedro se sonrojó y casi en susurro, dijo: –Sí, la verdad es que habemos algunos que aún creemos que el amor mueve al mundo.