La historia argentina, como la  del resto de países sudamericanos, no ha estado exenta de sangrientas batallas con afán de independencia, imposición ideológica y conquista o recuperación de territorios. En 1982 Gran Bretaña aplastó con facilidad al ejército argentino en Malvinas cuando este quiso recuperar las islas por las cuales hasta el día de hoy claman.

Ahora  los tiempos son distintos, el agresor es diferente y la lucha se da por el control de las salas de cine en territorio argentino, actualmente copadas de tanques hollywoodenses que dejan poco o ningún espacio a la producción nacional que el año pasado probó su calidad al conquistar  115 premios en festivales internacionales.

La polémica estalló cuando Luna de Avellaneda (la última película del director nominado al Oscar, Juan José Campanella) perdió funciones en las principales cadenas de cine a pesar de sus buenos resultados de taquilla. Captó 285.000 espectadores en sus primeras dos semanas de exhibición, lo que desmiente la excusa de los exhibidores argentinos que dicen que el cine nacional no convoca.
Cuando el diario porteño Página 12 dialogó sobre el tema con Campanella, este dijo indignado: “Nuestra película se defiende como la chinita frente a los tanques de la plaza de Tiananmen”.

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Y no está tan lejos de la verdad. Mientras su película se estrenaba con 70 copias, un número altísimo para la cinematografía local, El día después de mañana se estrenaba con 100 copias, Troya con 105 y Harry Potter con 140. Haciendo la suma son 345 pantallas ocupadas solo por 3 largometrajes norteamericanos en un país con aproximadamente 1.000 salas.

Pero entre las estrategias de esta invasión ideológica/comercial no solo está el copar de copias las salas argentinas y acometernos con publicidad, se rumora también que los distribuidores presionan a los exhibidores para que les compren películas norteamericanas de interés medio, bajo amenaza de no venderles los éxitos de taquilla asegurados como Shrek, Harry Potter o El Hombre Araña 2.

Ante tremenda embestida y al no poder llegar a un acuerdo con los exhibidores, el gobierno argentino se ha pronunciado a través del Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) a favor de medidas unilaterales que puedan brindar igualdad de oportunidades para el cine local. Al respecto, el director del instituto, Jorge Coscia, sostiene que “el consenso que garantice la exhibición del cine argentino no se va a alcanzar por la autorregulación de las salas, sino que desde el estado avanzaremos en el establecimiento de una cuota de pantalla y una media de espectadores”.

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Y las acciones siguieron a las palabras, a partir del 1 de julio del 2004, dos nuevas resoluciones del Incaa regularizan la exhibición del cine argentino. Por un frente, La Cuota de Pantalla obliga a los cines a estrenar trimestralmente al menos un largometraje nacional por cada pantalla, es decir, si un multicine tiene 9 salas deberá estrenar al menos 9 películas argentinas cada tres meses. Medidas como esta son, en gran parte, las responsables del resurgimiento del actual cine coreano y pilar fundamental en el fomento a la notable producción brasileña.

Y mientras la primera resolución busca generar espacio para el cine local, la segunda busca su continuidad. Por ello La Media de Continuidad asegura la permanencia en cartelera  de un estreno siempre que cumpla con un porcentaje mínimo de espectadores por sala, este porcentaje se mide de acuerdo a la temporada, el número de copias de la película y la capacidad de la sala donde se exhibe. Por ejemplo, una película Clase A (más de 20 copias), estrenada en temporada alta (del 1 de abril al 30 de septiembre) y  proyectada en una sala con capacidad para 250 personas, requiere un mínimo del 25% de los espectadores de la sala para continuar en cartelera.

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Para asegurar el cumplimiento de la ley se decretó que el departamento de fiscalización del Incaa podrá multar o suspender hasta 60 días a los cines que no cumplan con lo establecido.

Aunque medidas como estas puedan parecer extrañas y paternalistas a primera vista, cabe recalcar que países con industria cinematográfica desarrollada como España, Francia, Alemania, India, China, Corea y Brasil también han tenido que implementar este tipo de protección y fomento para parar, o al menos disminuir, la violenta entrada del cine norteamericano a sus mercados. Las  resoluciones tomadas por el gobierno argentino indicarían que al menos esta batalla es favorable al cine local, pero sería inocente pensar que la piedra de David mató a Goliath. 

¿Y en Ecuador qué pasa? Solo hay que  pasear por las carteleras de las principales cadenas de cine, para darnos cuenta de que más del 75% de los filmes exhibidos son de origen norteamericano.

Está claro que la reducida producción existente hoy en el  Ecuador  no puede cubrir la demanda del mercado, pero, ¿qué pasará cuando el  país empiece a producir cine en mayor cantidad y encuentre un mercado monopolizado por películas norteamericanas?, ¿Se debe esperar a que la producción de largometrajes nacionales requiera a gritos una ley de cine que la proteja para recién entonces crear dicha ley? O por el contrario, ¿se debe generar ahora  una ley que fomente y genere producción en el  país a la vez que proteja su exhibición y distribución? 

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Seguramente estos interrogantes se contestarán con el tiempo, así que lo más aconsejable es empezar a buscar las mejores respuestas.