A pesar de haber sido uno de los más sangrientos tiranos de América Latina no faltaron los fanáticos que lo apoyaron incondicionalmente. El éxito económico –que logró solamente después de casi una década y media de experimentos fracasados– hizo que ese oscuro militar de voz chillona encontrara mejor justificación para sus crímenes que las ya obsoletas razones de Estado. Dentro y fuera de Chile, sus seguidores se empeñaron en defenderlo porque lideraba el camino hacia la modernidad. Era una guerra por la libertad en contra del comunismo, decían, y así aceptaban la violencia. Como en toda guerra, también en esta debían existir muertos, aunque igual que en muchas otras el conteo de los caídos siempre se hacía en uno solo de los bandos. Asesinatos, desapariciones, torturas y persecución fueron parte indisoluble de su concepción de gobierno. No constituyeron la excepción ni ocurrieron como productos inesperados de acciones desconocidas de mandos inferiores. Él mismo lo dijo alguna vez, con la candidez que nace de saberse dueño de la impunidad, cuando afirmó que en su país no se movía una hoja sin que él lo supiera. Lo confirmó nuevamente cuando, con macabra ironía, calificó a las fosas comunes como una forma de ahorro. Sin embargo, lo defendieron, lo admiraron e incluso en nuestro país lo condecoraron.

En esa línea de entusiasmo, sus seguidores hicieron la vista gorda ante los actos de corrupción de los familiares que se empeñaban en no desmentir a la historia latinoamericana, tan pródiga en hijos, esposas y hermanos que han amasado fortunas, mientras el tirano se encarga de quitar del camino a los que pueden estorbar. Ya en agosto 1990, cuando Chile comenzaba a caminar difícilmente por el sendero democrático, se destapó el escándalo de un negociado de armas de su hijo por más de tres millones de dólares. El asunto fue investigado por una comisión legislativa. Pero, ya que  implicaba al ejército, su verdadera solución vino solamente a fin de año cuando se produjo un acuartelamiento que se justificó como un ejercicio de enlace. Imposible encontrar más similitudes con la historia de los muchos tiranuelos que han plagado el continente.

También hicieron la vista gorda cuando, algunos años antes, mandó a construir un palacete de mal gusto, como corresponde a los de su calaña, que sería pagado por el fisco pero que quedaría a su disposición de por vida. Lo mismo ocurrió cuando recibió una propiedad rural por la séptima parte del valor que días antes había pagado el Estado chileno. Pero ahora resulta casi imposible que miren para otro lado cuando han aparecido cuentas secretas por varios millones de dólares en un banco norteamericano. El asesino, al que se le ofrecían razones ideológicas y pragmáticas para sus crímenes, el mismo que adujo demencia senil para no responder por ellos, ha terminado atrapado en su condición de ladrón y corrupto.
Para su desgracia, pero para felicidad de la humanidad, esas son cualidades que aún no han encontrado justificaciones en la macroeconomía ni en la lucha contra alguna ideología.