Entre tantas noticias malas, cae por ahí alguna buena, de esas que nos reconfortan: el maquillaje para hombres ya está de venta en las tiendas “in” del país.

¡Ya era hora! No parecía justo que nosotros siguiéramos viéndonos tan carentes de sex appeal. Talvez por eso nuestra autoestima andaba desaliñada y legañosa, como recién levantada de la cama.

En cambio ahora con rímel, delineadores y sombras para los ojos, esmalte para las uñas, brillo para los labios, cremas humectantes para el cutis y polvo bronceador para la piel, podremos mostrarnos al mundo una nueva personalidad, totalmente renovada.

Ya no tendremos que pasar por la humillación de darnos sucesivas cachetadas para disimular nuestra palidez: bastará con que extraigamos la polvera personal y dotemos a las mejillas del tono sutil que hará parecer como natural nuestro leve rubor.

Sin duda, hasta que aprendamos a usar los nuevos productos varoniles habrá problemas, pero ese es el precio que la sociedad deberá pagar a fin de que los hombres luzcamos como unos Cindy Crowford, pero con bigotes. O como unos Noamí Campbell, pero con bellos vellos que asoman por entre los botones de la camisa.

Claro que los automovilistas deberán armarse de paciencia cuando el semáforo cambie de rojo a verde y el auto de adelante siga sin moverse hasta que el caballero que maneja, con un fino lápiz en sus dedos, termine de delinearse los ojos frente al retrovisor.

Además, los tocadores de los restaurantes, discotecas y oficinas se verán mucho más congestionados porque en su interior los señores, situados ante el espejo, se morderán delicadamente los labios para que el brillo que acaban de untarse les quede parejito.

La ventaja frente a las mujeres es que nunca se nos verá con el rímel corrido, porque, como es sabido, los machos jamás lloramos, ¡qué caray!

En cambio, tendremos que familiarizarnos con el empleo de la crema humectante antes de acostarnos para, con un pañuelito facial o un algodón, quitarnos delicadamente los mejunjes.

La presencia del maquillaje masculino es la prueba de que la modernidad –¡por fin!– ha llegado para volvernos metrosexuales, esa subespecie que centra todo su interés en la apariencia.

Todo ello debe ser mérito del canciller Zuquilanda, digo yo. Y es que como él asegura que estamos jugando en las grandes ligas, sin maquillaje quizás los de los otros equipos no nos verían de igual a igual, como nos van a ver desde ahora.

Mientras tanto, la ministra Baki podrá exhibir nuestro glamour viril en un nuevo concurso de belleza en que los ecuatorianos obtendremos enormes beneficios, que engrosarán aún más su tan tangible cuenta de intangibles.