Si te digo que la gente no tiene ya a quien la escuche, que nos morimos de soledad en medio de la turbamulta mientras la ternura se aburre en su cárcel de seda, ¿podrás aceptar que unos adolescentes beban hasta marearse, fumen hasta irse por la tangente, palpen la soledad del dormitorio, se echen una sobredosis, desaparezcan por la trampa del espejo, aquel testigo mudo de su postrera decisión?

Si te digo que el amor es un laberinto inextricable del que pocas veces hallamos el desemboque, ¿te atreverás a entrar? Los que salen en seguida, como lo hacen los niños, canjean felicidad por facilidad. No hay dicha tan grande como extraviarse en compañía del ser adecuado. Si el desacierto puede llenar una vida entera, ¿qué sentido tendrá la solución de los acertijos? Mal parado quedó Edipo después de derrotar a la esfinge.

¿Si te digo que la luna nunca fue pisada por ser alguno, que los astronautas cosecharon piedras para luego marcharse? Eso lo sabe cualquier perro, de esos que ladran con el hocico erguido por confundir la luna con uno de sus imposibles sueños. Apuntan el morro como quien se alista para disparar gañidos.

Si te digo que la palabra “jubilado” –del latín jubilare– significa enloquecer de felicidad hasta gritar con emoción mayúscula, ¿podrás comprender que en nuestra tierra, el mismo vocablo viste de luto al aplicarse a quienes sobreviven con sumas irrisorias, beborrotean agua de la llave, llegan más allá de las telenovelas que se obstinan en sintonizar? A veces resulta sedante la miseria enlatada. La televisión puede ser más poderosa que una ampolla de ácido barbitúrico. El perro que aúlla en dirección de las estrellas sabe más que cualquier filósofo. Talvez por ello los jubilados, en su triste carencia, adoptan al can callejero, al chucho lunático.

Si te digo que vi en el basurero de Samborondón a unos chiquillos famélicos disputarse una lata de fréjoles, ¿adivinarás si la fecha de expiración se refería a la del producto, a la de los niños? Todos tenemos nuestro vertedero donde acumulamos inmundicias, desechos, bazofia, barredura. Son promesas violadas, pensamientos ególatras, virtudes tibias, fermentadas, puritanismo barato, creencias mutiladas.

Si te digo que nuestra muerte es el momento culminante de lo que llamamos vida, ¿coleccionarás decenas de años sin llegar a tener la preparación adecuada en el momento de la partida? ¿Seguirás pensando que los demás fallecen mientras estés entre los últimos en la lista de espera? Vemos cómo se va la gente, seguimos instalándonos para siempre en el más frágil presente.

Amar es más importante que creer. Te digo que al pasar los años me vuelvo más vulnerable. Tienen mis ojos fallas hidráulicas; anda el corazón a coscojita, a la pata coja; me cuesta cada día un poco más mirar al sol de frente. Mis amigos, a veces, se marchan sin despedirse: tengo que correr detrás, recordarles que olvidaron las flores que pretendía obsequiarles. Si te digo, soledad, que mejor es callar, paladear el paisaje, dar lo más preciado, inventarme alas, amar sin palabras, volver eterno el sueño fugaz, ¿aceptarás ser mi amiga?