En los sectores marginales, los chicos viven en cualquier casita con sus padres u otros familiares. En esos sectores no hay chicos de la calle porque ahí no hay portales, ni pasos a desnivel como en el centro de la ciudad; allá se encuentran los jóvenes que huyeron de sus casas.

Pero esos niños haraposos solo buscan comer y dormir; no tienen fuerza para organizarse como pandilleros.

Llegamos a la conclusión de que los chicos, todavía menores de edad, que se inician como pandilleros, sí tienen hogar, un jefe de familia, generalmente sus padres, que según ellos “no ven malo que nos reunamos en esquinas y en algún momento formemos un grupo solo para defendernos de pandilleros de otros barrios”.

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Después viene el lamento cuando un parte policial los busca por crimen o robo.

Para los menores de edad, las leyes tienen señalado que sus padres o personas que los tienen a su cargo deben responder civilmente ante los daños que sus hijos ocasionen a los demás; o sea deben indemnizar económicamente o con sus bienes a los perjudicados.

Pero parece que las autoridades olvidan esta situación legal, porque no solo deben buscar a los chicos sino también, por lo menos, convocar a sus padres para que respondan por sus hijos.

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El día que los progenitores sientan una amenaza pecuniaria, por el solo hecho de dejar que sus vástagos se vuelvan pandilleros, y se les haga la advertencia que como sanción se les confiscaría sus viviendas o propiedades, saldrán corriendo a las calles a desarticular ellos mismos a los pandilleros; porque es triste reconocer que cierta gente ama más sus bienes que la libertad o su familia.

Ab. Alicia Orrala Cabezas
Guayaquil