Lo que vemos aquí es una de las fuentes más comunes de error y estupidez en la vida diaria: la idea de que la verdad puede ser validada por el consenso. No es así. La mayoría de la gente en algún momento creyó que la Tierra era plana. No lo era y no lo es.

En todo el mundo cientos de millones de niños van a la escuela donde les enseñaran lo que los adultos piensan que necesitan saber. En escuelas y liceos, los maestros hacen lo que pueden para preparar a los jóvenes para el mañana. Si realmente quisieran hacer un mejor trabajo, deberían pasar algún tiempo pensando en el reciente reporte bomba del Senado norteamericano sobre la agencia de espías más famosa del mundo, la CIA.

El reporte pregunta por qué, en la víspera de la guerra de Iraq, la CIA dijo a la Casa Blanca que Saddam Hussein estaba tratando de construir una bomba nuclear, que tenía armas biológicas y que estaba desarrollando un vehículo aéreo no tripulado –un robot volador– para dirigirlos hacia su objetivo.

Todos estos hechos, que la Casa Blanca creyó o quiso creer, resultaron, en palabras del senador que encabezó el reporte, no tener “soporte de inteligencia”. ¿Quién sabe? Ese mismo hallazgo pudiera algún día resultar equivocado, si, digamos, las armas iraquíes apareciesen más adelante en Siria o Irán.

Pero ese no es el caso por ahora. Por el momento, pongamos la política a un lado para preguntarnos: ¿cómo pudo una agencia gigantesca, multimillonaria, conformada por profesionales altamente inteligentes, muy educados y bien entrenados cometer un conjunto de errores tan cruciales?

Hay algunos conceptos en el reporte de 500 páginas que deberían discutirse en todas las aulas, no porque sean buenos o malos para Estados Unidos, sino porque pueden hacer maravillas por nuestros niños. Y es que las palabras pueden ayudar a pensar. Uno de esos conceptos es “pensamiento grupal” y nos ayuda a comprender por qué mucho de lo que nosotros creemos cierto, resulta, con demasiada frecuencia, que en realidad es falso.

En el caso de Iraq, la CIA y la Casa Blanca han señalado repetidamente que no estaban solos en su creencia de lo que ahora se considera falso. Otras agencias de espías –en Europa y en otras partes– concordaban con la CIA. También, de hecho, las Naciones Unidas. Este amplio acuerdo influyó en la evaluación de la CIA, como sin duda la evaluación de la CIA influyó en los otros.

Lo que vemos aquí es una de las fuentes más comunes de error y estupidez en la vida diaria: la idea de que la verdad puede ser validada por el consenso. No es así. La mayoría de la gente en algún momento creyó que la Tierra era plana. No lo era y no lo es. Pero nuestros antepasados lo creyeron ciertamente y así lo enseñaron a sus hijos.

No ocurrió solo en el pasado, o no le ocurre solo a los niños, quienes aceptan sin criticar lo que la multitud piensa que es “cierto”. Piense solamente en el comportamiento de rebaño que vemos en las bolsas de valores del mundo. O en la decisión de millones de niños de usar su gorra de béisbol al revés, y que se inició en el irónico lema: “quiero ser diferente, al igual que todos los demás”.

No solo se vio la CIA engañada por el consenso, sino que pudiera haber sido víctima de un plan deliberado para crear el falso consenso.

Una de las fuentes en las que se basó la inteligencia norteamericana sobre Iraq durante los años anteriores a la guerra fue Adnan Chalabi, un exiliado iraquí quien encabezó una organización en parte patrocinada por la CIA para debilitar al régimen de Saddam Hussein.

Chalabi, en su deseo de que Estados Unidos creyera que Saddam tenía armas de destrucción masiva, alimentó aparentemente en Washington evidencias falsas para sostener esa perspectiva. Pero Chalabi dio un brillante paso más allá. Envió a intermediarios a entregar la misma información a las agencias de inteligencia de varias otras naciones para que, cuando Washington comparara notas con ellas, confirmaran lo que él le decía a Estados Unidos. En suma, si estos relatos son precisos, Chalabi ayudó realmente a crear un falso consenso que más adelante influyó en la decisión norteamericana de ir a la guerra en contra de Iraq.

¿No debería una buena educación alentar a los niños –ya sea en el patio de la escuela, o en el centro comercial, o en los campos deportivos, o en las mismas aulas– a cuestionar el pensamiento grupal? A cuestionar ocasionalmente, cuando menos, más que aceptar ciegamente, la verdad de “lo que todo mundo sabe”. Desafortunadamente, la mayoría de las escuelas no lo hacen. De hecho, muchas hacen lo opuesto, convertidas en molinos de educación masiva repetitivos, como fábricas de pensamiento grupal, o peor aún como madrasas (escuelas que se fundamentan en la enseñanza del Corán) que predican fanatismo y odio a gentes todavía inocentes.

Si los presidentes y los gobiernos y la ONU y la CIA pueden ser engañados tan peligrosamente, deberíamos colgar un letrero frente a todas las aulas: “El consenso no lo hace cierto”.

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