La mala racha de que les hablé la semana anterior ya está pasando. El desastre de nuestra selección en la Copa América va urticando menos. La triste suerte de los jubilados y demás pensionistas del IESS, junto con sus reclamos, van siendo sorteados con los paliativos mixtos del Ejecutivo y el Congreso. Y la devolución del IVA petrolero, resuelta en legal arbitraje internacional, es un purgante que va dirigiéndose, no sin retortijones. Ojalá esos tres malos ratos no hayan sido en vano. Que la selección de fútbol y su preparación mejoren. Que se cambie radicalmente el sistema del Seguro Social, sin ningún IESS monopólico. Y que se imponga la seguridad jurídica interna, también en lo económico y tributario.

El viento juliano se va llevando ya, incluyendo al que hoy decurre, 23 días. Es hora de que los ecuatorianos, luego de todo el zarandeo sufrido en ese lapso, nos tomemos un profundo respiro. Especialmente los guayaquileños, al llegar las fechas clásicas de este mes del guayaquileñismo. Mañana y pasado mañana salgamos a tomar, si las sábanas no dan para más, a lo menos el tradicional “fresco de don Silverio” del que hablaban nuestros abuelos. Nada nos cuesta gozar las auras de julio, ese suave y apacible soplo, tan refrescante, característico de esta época del año, en la ciudad asentada al pie del cerrito verde, tropical y marinera, entre la ría y el estero. Y démosle gracias a Dior por ello.

Al vaivén de esas mismas auras podremos ver flamear, elevadas hasta el tope, las banderas de la Patria, que son la tricolor –base del iris unitario– que adoptamos ya avanzado el camino de nuestra conflictiva historia ecuatoriana, y la celeste y blanco, la primigenia de nuestra independencia nacional, que nació en Guayaquil y culminó en Pichincha.

Contemplarlas y honrarlas, conjugando sus ideales, actualizándolos y proyectándolos  visionariamente hacia el horizonte. Allí estarán esos pabellones, presidiendo las festividades del día de Bolívar y de la Armada, el de la ciudad finalmente asentada y del Apóstol Santiago el Mayor, patrono de Guayaquil.

Con un poco de ánimo y si las contingencias lo permiten, podríamos añadir al refresco de las auras de julio, el placer del sano esparcimiento en tantos y tan diversos actos y espectáculos programados. Ir al circo, por ejemplo, donde las acróbatas y los payasos son de verdad, no como los que se resbalan y no hacen gracia en otros escenarios, que no especifico porque no es necesario. O recorrer algunos de los reconfortantes lugares que tiene el nuevo Guayaquil, que sigue progresando.

Y hasta podríamos intentar ver el lado bueno de esas cosas de mal gusto que se dan, como lo del compartido título de Reina de la Fundación, situación que nos permite imaginarnos estar no solo en un reino sino en un imperio, como el de los Austria, que ostentaba un símbolo bicéfalo.