El poco dinero que reciben por parte la Diócesis y los escasos recursos de autogestión con los que cuentan ha ocasionado que la subsistencia de la comunidad de las hermanas Carmelitas descalzas dependa en gran parte de la bondad de los moradores de la zona donde se ubica el claustro.

Las 15 religiosas que integran la congregación llevan una vida contemplativa, esto es que no pueden salir del monasterio, “para dedicar toda su mente, corazón y vida a la oración y la unión con Dios”, explicó la Madre superiora.

Con el asesoramiento de personal técnico de la Subcomisión ecuatoriana Predesur, las religiosas trabajan en un criadero de cuyes.

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Cuentan además con una pequeña fábrica de vino, chocolates y de hostias. También trabajan en la elaboración de pequeños trabajos artesanales y manualidades.

Los habitantes del barrio El Plateado refieren que lo que les ingresa por la venta de sus productos no garantiza una manutención buena para cada una de ellas, ya que varias religiosas superan los 50 años de edad y, en algunos casos, necesitan de atención médica.

“Estamos muy agradecidas con los moradores de El Plateado porque constantemente nos están donando alimentos”, contó la superiora.

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Para mejorar su calidad de vida, la comunidad fundada hace dos años solicitó al alcalde José Castillo el asfaltado de la vía que da acceso al monasterio  y la implantación del sistema de  alcantarillado.

La superiora agregó que al monasterio le hace falta la construcción y ampliación del noviciado, pues “la comunidad cada año va creciendo”.

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Las hermanas Carmelitas inician su postulado a los 18 años, luego sigue el noviciado y culminan su preparación con la consagración final.

“Quien inicia con la gracia de Dios, seguirá hasta su muerte. Nacimos para orar ante Dios por el mundo y moriremos de la misma forma”, aseveró la religiosa.