“Son los periodistas ¿no?”, susurró el Presidente al micrófono, mientras señalaba un sector de la sala con un nervioso gesto de su dedo y reconocía las cámaras con sobresalto. No los esperaba ahí, en el local donde dictaba una conferencia en la que tenía que lucirse. Eran los periodistas, en efecto, y hablaban de jubilados.

Por un segundo, se quedó frío y mudo. Ese tema no le gusta. Sus alarmas mentales titilaron casi tan visiblemente como las del robot de ‘Perdidos en el espacio’: “¡Peligro! ¡Peligro!”. Miró a un lado y a otro, como buscando entre sus asesores, como implorando ayuda. En ese instante, se le ocurrió que sería gracioso hacerse el sordo para salir del paso. Se llevó la mano a la oreja y compuso el clásico gesto de sordera, mientras una redonda, olímpica sonrisa le iluminaba el rostro: “No escucho”. Luego, se escabulló.

Para obtener esta respuesta, la reportera Ximena Gilbert, de Ecuavisa, tuvo que atravesar, como en los viejos chistes de romanos, un cinturón de forzudos guardias de seguridad que la golpearon en el intento.

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Con razón dice Carlos Vera que al Presidente ya no hay que preguntarle nada. Particularmente sobre el tema de los jubilados, que es el que lo mantiene alejado de la pantalla por un tiempo récord. Él, que no iba a ningún lado sin rodearse de cámaras, que hablaba y hablaba y se contradecía sin parar, que posaba entre tetas de modelos, que tuvo su propio programa de preguntas y respuestas y, prácticamente, su propio show de aeróbicos en las mañanas… Hoy  quiere que nadie lo vea. Y si lo ven, se ríe y huye.

Un canal reprodujo, en estos días, las imágenes del candidato Gutiérrez, vestido de verde oliva y prometiendo, en un arrebato de fervor, justicia para los jubilados. Eso lo explica todo: tenemos un Presidente que se escabulle porque no tiene la cara para salir en televisión. Pero se ríe. Tristísimo.