Vivimos la época de la síntesis química. Pocas décadas atrás fue necesario analizar y descubrir la estructura molecular de los medicamentos sintetizados por las plantas, como la atropina por ejemplo, o por los hongos, como la penicilina. Revelada la estructura molecular de la penicilina, esos magos de la síntesis produjeron una serie de nuevas moléculas, entre las cuales la ampicilina resultó, en varios aspectos, superior a la penicilina original y conquistó un gran mercado en el mundo.

El descubridor de la penicilina, Fleming, en una actitud de científico que trabaja por el bienestar de la humanidad y no por su simple provecho, se negó a patentar su droga milagrosa. En cambio la industria farmacéutica que obtuvo la ampicilina la patentó y por años tuvo la exclusividad de producción y comercio.

La molécula medicamentosa, para desarrollar su acción terapéutica, tiene que unirse o ligarse a ciertas estructuras moleculares receptoras de la membrana u otras partes de la célula. Los científicos han descubierto ya la estructura de numerosos receptores celulares lo que ha permitido entrar en una nueva era de síntesis de medicamentos. Conocidos los receptores, así como el arquitecto diseña un apartamento, los químicos diseñan las nuevas moléculas y se las obtiene por síntesis al igual que los plásticos y la infinidad de productos de uso diario.

Sintetizadas las nuevas moléculas entran en un largo proceso de investigación farmacológica y aquellas que hayan logrado pasar por todas las pruebas pueden convertirse en medicamentos. Para su uso tienen que todavía pasar por otras pruebas en el organismo oficial que en Estados Unidos se llama Drug and Food Administration (FDA), que es el que pone su aprobación, y por fin requiere que el organismo estatal correspondiente apruebe el precio de venta.

Todo este largo procedimiento toma varios años y un costo de millones de dólares. Solo la gran industria tiene la infraestructura y recursos necesarios para afrontarlo.

La industria, como es razonable, tiene que primero recuperar la inversión y segundo obtener utilidades; en esto último ha habido abusos por los que los gobiernos han tenido que intervenir.

Ahora se plantean ciertos problemas de orden humanitario. El precio de los nuevos medicamentos, salvo excepción, es muy alto aun para las economías de los países del Primer Mundo. Una sola tableta o cápsula de un nuevo medicamento cuesta entre uno y diez dólares y se requieren unas cuantas de ellas para un tratamiento.

En nuestro país con sueldo básico de 130 dólares, ¿qué paciente puede acceder a uno de estos medicamentos? ¿Qué institución puede cubrir gastos de esta naturaleza?  En otro artículo se discernirá sobre estos aspectos.