Maravilloso! Esa es la palabra con la que coincidentemente varias personas describieron la presentación que el cantautor argentino Facundo Cabral ofreció el pasado lunes, en la sala principal del Teatro Centro de Arte. El de Cabral no fue un concierto, sino una prédica de vida, pues al público no solo le brindó canciones. También compartió sus pensamientos y vivencias. Todo aquello que ha mantenido viva su fe hacia un Dios que admira y ama.

La velada se inició a las 20h15 con la intervención de la ecuatoriana Tanya López, quien durante casi una hora interpretó para la audiencia composiciones propias y de autores como Atahualpa Yupanqui, Víctor Heredia y Violeta Parra. López, quien vistió un traje negro con un chal color naranja ceñido a la cadera, se mostró espontánea y cantó con tal fuerza, que hubo instantes en que el micrófono retumbó y sus palabras se escucharon confusas. Asimismo, a ratos pareció que se ahogaba en su propio canto, pero resurgía con una voz aún más imponente.

Tras brindar temas como Vasija de barro, Razón de vivir, La patria y Pinta pintor, la cantautora dejó el escenario en medio del aplauso de unos espectadores fervientes que la despidieron de pie. Esto la motivó a regresar y entonar Gracias a la vida, para entonces irse convencida de que había dado lo mejor de sí. 

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Luego de las presentaciones de rigor –hechas por Carmen Romero, del área de Promoción Cívica del Municipio de Guayaquil–, el telón del Centro de Arte (que se cerró por unos minutos) se volvió a abrir para ver el ingreso al tablado de Facundo Cabral. Él entró apoyado en un bastón. Esperándolo estaban una silla, un micrófono y su guitarra, así como un público que lo recibió de pie.

Con tono pausado, Cabral exteriorizó el honor y la alegría que sentía por estar en Guayaquil. En adelante, las palabras que pronunció, las notas que marcó con su guitarra y las anécdotas que contó, para testimoniar las razones de su felicidad, fueron para los presentes como un bálsamo que reanimó el espíritu y dejó varias lecciones.

“Cantar es orar dos veces”, expresó y añadió que si una oración valía por dos oraciones, él se atrevía a decir que “un cantor vale por dos sacerdotes”. Los presentes rieron. De pronto un celular sonó y Cabral refirió: “si es para mí dile que no estoy... Thalía no me deja en paz”. El público volvió a reír y lo hizo varias veces, pues entre canciones y reflexiones el artista brindó mucha alegría.

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Después de interpretar Los ejes de mi carreta, el trovador mencionó que cantar era para él una bendición. La melodía Dios va contigo a todas partes, cuya estrofa dice: “no tengas miedo a la soledad, que solo por ella te conocerás, anda tranquilo sin preocuparte, Dios va contigo a todas partes”, resultó en sus labios como una reafirmación de una de sus frases con las que sentencia que “el único pobre es aquel que no vive y que está distraído de Dios, que es su padre”.  

En el recital, Cabral citó reiteradamente a su madre, Sara, a quien calificó como una mujer sabia, que supo expresar lo que sentía. Asimismo, habló de su abuelo, el Coronel, y de su tío Pedro. Precisó, además, que el hombre era una cosa extraña: “nacer no pide, vivir no sabe, morir no quiere”. Con la estrofa “no crezcas mi niño no crezcas jamás”, que corresponde a la  canción Vuele bajo, Cabral reveló la necesidad de mantener vivo a ese niño que todos los seres humanos llevan en su interior. Él tiene el suyo intacto. Cantó, entre otros temas,  No soy de aquí, que popularizó Alberto Cortez.

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El concierto de Cabral concluyó pasadas las 22h00. Él se puso de pie para irse y el público también se incorporó para despedirlo con aplausos prolongados. Para muchos el adiós del cantautor  fue momentáneo, porque luego él autografió el disco Levántate y ayuda que se vendió en el Centro de Arte.

El recital no fue público, pues a él solo se pudo asistir por invitación del Parlamento Andino y el Municipio de Guayaquil. El artista participa en la Fiesta de Bolívar 2004, que desde el 19 de julio anterior se realiza en esta ciudad, Quito, Cuenca y Loja.