Hoy que se ha puesto a la orden del día la desaparición misteriosa de barcos, podríamos volver a preguntarnos en qué acabó la desventura de cuatro buques cuyo costo seguimos pagando los ecuatorianos. ¿No tiene la Marina ecuatoriana alguna respuesta? ¿Por qué se callaron y quién calló las investigaciones que llevaba a cabo la comisión anticorrupción para establecer el destino de los barcos? ¿No le interesa al Comandante de la Fuerza Naval poner luz a lo ocurrido?

Y si no le interesa, ¿puede saberse por qué? La historia comenzó en 1980, cuando la Flota Bananera Ecuatoriana adquirió con deuda cuatro buques noruegos, en momentos en que Noruega, según se afirma, angustiada por la crisis naviera que vivía, buscó en la llamada Ayuda para el Desarrollo un camino expedito para vender su flota.

Lo cierto es que los buques le sirvieron a la Flota Bananera hasta 1987, cuando a causa de un descalabro económico los transfirió a Trasnave y el Estado ecuatoriano se hizo cargo, graciosamente, de esta deuda privada. Un tiempo sirvieron en Trasnave, hasta que un velo de misterio cubrió el desenlace.

Mientras tanto, según consta de las denuncias difundidas por el Centro de Derechos Económicos y Sociales (CDES) en internet, el Ecuador pagó casi 27 millones de esa deuda y quedó un saldo que se ha convertido, por arte de los intereses, en 50 millones, que el Gobierno anterior renegoció en el marco del Club de París sin preguntarse sobre la legalidad de la deuda. Una deuda que fue calificada de “vergonzosa” por el propio Parlamento noruego, y que el presidente del CDES califica como “ilegítima desde varios puntos de vista: ético, financiero, jurídico y social”.

Y cuando el Ministro de Economía no encuentra un centavo para los jubilados, el Ecuador paga religiosamente 2 millones 400 mil dólares anuales por unos barcos que se tragó el secreto militar, y seguirá pagándolos hasta el año 2018.

¿No les interesa al Ministerio de Defensa y a las Fuerzas Armadas despejar ciertas presunciones que se tejen sobre este asunto? ¿Por ejemplo, que las cuatro naves habrían sido desguazadas para, con los restos, armar una de verdad y hasta negociarla entre los propios almirantes? Si eso no es cierto, ¿cuál es la verdad? Nuevamente: ¿por qué se detuvieron las investigaciones y las denuncias en la Comisión Anticorrupción? ¿Qué papel jugó el perverso secreto militar en esa interrupción?

Y ahora, la generosidad noruega quiere convertir esta “vergüenza” en “canje de deuda por programas sociales” con lo cual santificar la culpa y, en complicidad con el Gobierno ecuatoriano, lavarse la conciencia.

Hay deudas que son extremadamente costosas. Hay deudas injustas. Hay deudas que pueden canjearse por programas sociales. Pero hay otras, sostiene Patricio Pazmiño, del CDES, que simplemente son ilegítimas y que merecen ser denunciadas en los tribunales internacionales.

Hay secretos militares que son estratégicos. Hay secretos que siguen siendo secretos por fuerza de la costumbre y porque los militares no se habitúan a la luz, prefieren los claroscuros. Pero hay secretos que son desvergonzados. El destino final de los barcos fantasma de Noruega es uno de ellos.