No sabemos cuántos fueron los apóstoles que acompañaban a Jesús cuando la señorita Marta le acogió en su casa de Betania. Mas, como el evangelio nos relata que para atender al grupo de invitados, Marta anduvo en un continuo corre corre, podemos deducir que muy probablemente los comensales superaron la docena.

Ante tamaña invasión, según precisa el evangelio, los quebraderos de cabeza fueron múltiples. Por lo que presumiblemente la comida –sin gas ni olla a presión– debió salir a paso lento.

El Maestro aprovechó la espera para continuar la explanación de algún asunto interesante y la hermana de la señorita Marta, la señorita María, al oírlo se quedó extasiada. Se olvidó de su trabajo en la cocina y se sentó a los pies de su Señor para escuchar mejor la clase.

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Al cabo de un buen rato, la señorita Marta ya no pudo más. Le parecía intolerable que su hermana no arrimara el hombro. De modo que se puso enfrente de Jesús y se encaró con Él: “Señor –le reclamó con ojos de tormenta–, ¿no te importa nada que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa?”.
Se hizo el silencio en la sala. Jesús estaba iluminando inteligencias, fortaleciendo voluntades y quebrantando corazones. Pero para la señorita Marta, aquello no importaba mayor cosa. Para ella lo importante era lo suyo: su cansancio y sus carreras. Por eso se atrevió a indicar –o mejor dicho, a ordenar– lo que Jesús debía hacer: “Dile, pues, que me ayude”.

Me imagino a los apóstoles en vilo, pensando que Jesús, después de haber sufrido aquel parón, le diría cuatro cosas a la impertinente.

Pero el Maestro no se dio por aludido. Con admirable paciencia, aprovechó la interrupción para enseñar a la anfitriona –y con ella a usted y a mí– lo que en verdad importa: “Marta, Marta –advirtió a la acelerada–  tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una cosa es necesaria.

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Así pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Cfr. Lucas 10, 38-42).

Lo ocurrido en Betania con la señorita Marta fue una magistral lección sobre la forma de santificarse trabajando. Pero algunos no han sabido interpretarla con acierto. Se han fijado en la excelencia de María y han calificado a Marta de alocada y poco inteligente. Y después han concluido, en el colmo del despiste, que el trabajo y la oración son enemigos.

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Mirando bien las cosas todo se pone en su sitio. Porque Jesús a Marta no la corrigió por trabajar; la corrigió porque en lugar de estar atenta a su Palabra mientras trabajaba, daba vueltas a lo suyo.

Si se trabaja sin tener en cuenta a Dios, sin escucharle mientras se trabaja, se acaba como Marta: cansado, nervioso, criticando a los demás y reclamando a Dios su falta de interés por remediar la situación. Lo tengo requetexperimentado.