A Heather Rae Espinosa le aconsejaron que no realizara en Guayaquil su estudio sobre los niños que se quedan solos tras la emigración de sus padres, ya que –supuestamente– la ciudad no era mayormente fuente de emigración.

Para esta joven antropóloga norteamericana y becaria de la Fulbright, que preparaba su doctorado, esa percepción sobre Guayaquil cambió cuando en un desfile del 9 de Octubre vio que en el reverso de las banderitas azul y blanco se leía el lema de la Western Union (utilizada para el envío de giros desde el exterior).

Así fue que Espinoza se percató de que la ciudad vivía ya el éxodo de sus pobladores hacia España, Italia y Estados Unidos.

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La estudiosa trabajó durante varios meses en escuelas de primaria guayaquileñas con hijos de emigrantes, de entre 6 y 11 años, de diversos estratos sociales.

Lo único cierto, explicó Espinosa, es que los emigrantes y sus familias no están ni entre los más pobres ni entre los más ricos. Por lo demás “me encontré con familias de hasta catorce miembros que viven en una azotea o en una casa con piscina”.

En sus estudios expuestos en Quito, hace dos semanas en la Comisión Fulbright, hay  una tesis central: las familias viven en este momento las graves consecuencias del endurecimiento de los procesos migratorios.

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No se trata solo de las dificultades para emigrar, sostuvo, sobre todo a partir de que los países de la Unión Europea aplican el acuerdo Schengen que generalizó la obligación del pasaporte y estableció controles rígidos en las fronteras de quince países miembros, sino de las consecuencias.

De estas, la antropóloga encontró cuatro: la extensión en el tiempo de la estadía de los migrantes, las nuevas dificultades para la reagrupación familiar, el recrudecimiento de los riesgos durante el viaje y los costos humanos del proceso de emigración, pues si los niños asisten al trámite de las visas es más difícil para ellos permitir que sus padres partan, y una negativa de los progenitores genera más distancia y resentimiento de hijos hacia padres.

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La investigación de la becaria hace un recorrido sobre los impactos psicológicos y culturales que representa la emigración, como las imágenes que los niños construyen para defenderse de la ausencia de los padres. “Los niños que no han asumido el abandono tendrán fuertes inseguridades al construir sus nuevas relaciones”, expresó.

Espinosa se refirió a las redes familiares en las que abuelos, tíos y hermanos se apropian del rol que deberían cumplir los verdaderos padres.