Que haya que recurrir a las multiformes acciones de protesta “hasta las últimas consecuencias”, como los paros, los anticonstitucionales cierres de caminos, las huelgas de hambre, es signo inequívoco de que el país está enfermo. El que las medidas de hecho hayan llegado a ser el único recurso efectivo para lograr el respeto de derechos y también para imponer ambiciones desproporcionadas a la realidad global, es síntoma de una enfermedad que ha atrofiado en gobernantes y gobernados la capacidad de actuar con una visión que debiera contemplar los siguientes elementos:

– Globalidad que abarque el ayer, el hoy y el mañana: solidaridad.

– Derechos y las correspondientes obligaciones. El valor de la memoria es importante en afrontar problemas, para no repetir errores y para impedir que los culpables agraven el mal con estéril protesta. Frecuentemente los que más denuncian son los que, cuando tenían en sus manos el asunto, lo corrompieron o dejaron corromper.

Un problema está en el IESS y viene de lejos; uno de sus orígenes es la enorme multiplicación de empleados, que hizo el director para congraciarse con los seguidores del presidente y para conseguir adeptos para su propio partido en gestación. ¿Quién protestó?

Este problema es consecuencia de la mora patronal del Estado durante la gestión de varios presidentes; es consecuencia del empleo abusivo de los aportes de los asegurados. Sé que, de acuerdo a leyes vigentes, es imposible actualizar la responsabilidad de los que tuvieron en sus manos la dirección y administración del IESS y de otras entidades públicas.

La responsabilidad de algunas decisiones no debiera prescribir. ¿Pero “quién pone cascabel al gato” legislador?
Otro problema es el de los niños sin escuela, porque el maestro se llevó la partida; otro es el de los ancianos, cuya muerte aceleran sus míseras pensiones. Estos y otros problemas son fruto que se ha podrido al calor de acciones corruptas y en el vacío de omisiones cobardes e irresponsables a lo largo de décadas. La crisis, que los ancianos van a superar, es un llamado a que todos y cada uno asumamos el riesgo de expresarnos y de denunciar con objetividad a tiempo el mal que surge ante nuestros ojos y de actuar para corregirlo. Es posible y hay que corregir una equivocada denuncia; pero es peor dejar que el mal se agrave a la sombra del silencio temeroso o cómplice.

Quienes pudieron denunciar y actuar a tiempo y no lo hicieron deben a la sociedad, al menos, un pudoroso silencio. Los malhechores cuentan, para sus fechorías, con la timidez de la generalidad de los ciudadanos. Un hecho ilustra esta verdad: Frente a la Clínica Pasteur tres jóvenes golpearon a una persona para arrebatarle la cartera; esta pidió auxilio a numerosos y cercanos testigos: ¡nadie se dio por entendido! El agraviado luchó solo contra los malhechores. Si los malhechores supieran por experiencia que todos ayudarán a todos, serían menos altaneros. Somos responsables por no actuar a tiempo, al menos con una fundamentada denuncia.