Lucrecia Franco

“Todos la conocimos, llevaba el hábito blanco de la Virgen de las Mercedes. Guayaquil era pequeña. La señorita Lucrecia Franco, nacida a fines del siglo XIX, tuvo suficiente tiempo para que la gente la conociera.

“Iba diariamente a la iglesia La Merced. La Virgen le hizo el milagro de sanarle una enfermedad que le  comenzó en la nariz. El algodón  que cubría el orificio era el mejor testimonio de que  recibió una gracia de lo alto.

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A su alrededor la gente contaba muchas historias. Nosotros, desde lejos, la mirábamos con profundo respeto.

Ella representaba ese mundo divino que suele estar enterrado en el corazón de todo hombre.

Alguna vez me acerqué con profundo respeto. Solo la miré y metí las manos en el overol azul que llevaba. Quería verla y  experimentar de cerca la presencia de aquella persona tan llena de historias santas, que no alcanzábamos a comprender del todo.

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Un muchacho, a quien apodábamos Cigarrón, por lo flaco y largo que era, me dijo que se aparecía por las noches a los niños traviesos. Pero mi abuela subrayó que las personas buenas no hacían eso. Ella la respetaba mucho y por repetidas veces, cuando la vio pasar en el tranvía,  dijo: “Ahí pasa la beatita... Seguramente se va a La Merced”.