Lo vio... y pasó de largo

El gran pecado de omisión del que nos confesamos públicamente todos los domingos al comenzar la Misa, sobre el que reflexionamos tan poco y del que, por lo consiguiente, nunca nos acabamos de corregir: Ver en apuros a nuestros hermanos... y “fingir no ver”...

Mirar a la madre o a la esposa abrumada del trabajo en la casa... y seguir leyendo el periódico o viendo la televisión...
Ante cualquier dificultad en la que otro se encuentra y que quizá nosotros podríamos ayudar a resolver, exclamar:
“Ese no es mi problema” o aclarar, “Yo no soy la Divina Providencia”, porque si es verdad que no lo somos, sí somos los instrumentos de los cuales se vale Dios.