Rizando que te riza el rizo, los judíos de los tiempos de Jesús, andaban confundidos. Sabían que la Ley mandaba amar al prójimo. Pero a la hora de fijar su identidad, los doctores discutían: unos afirmaban que quienes luchaban contra los judíos no podían ser considerados prójimos, otros que tampoco los herejes, y otros que tampoco los odiosos y antipáticos. Por eso la pregunta del maestro de la Ley fue pertinente: “¿quién es mi prójimo?”.
Hizo la pregunta –nos dice el evangelio– “queriendo justificarse”. Mas a pesar de su intención poco derecha, dio ocasión a que Jesús le respondiera con la dura historia del samaritano.
Usted y yo la recordamos fácilmente. Un hombre medio muerto, un sacerdote que lo encuentra por casualidad y da un rodeo, un levita que también escurre el bulto para no contaminarse o complicarse, y un señor que va de viaje y se detiene.
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Lo que hace el buen señor, el buen samaritano, es asombroso. “Llegó adonde estaba él –nos lo dice el Espíritu Santo– y al verlo le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó”.
¿Cuánto tiempo lo cuidó? Hasta que comprobó que el medio muerto estaba medio vivo. Solo entonces, “a la mañana siguiente, sacó dos denarios y dándoselos al posadero le dijo: cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta”.
La conducta del samaritano es admirable. Y no solo por bajar de su cabalgadura, por hacer con su camisa vendas, y por desprenderse de su vino y de su aceite. También es asombrosa por lo bien que arregla su problema.
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¿Cuál problema? El de los negocios que exigían su presencia en Jericó.
No pudiendo retrasar ni un día más su viaje, le deja un anticipo al posadero y le promete solventar todos los gastos. Es decir, que al no poder dejar lo que le exige su trabajo, contrata a un buen profesional para que cuide al ex medio cadáver hasta su regreso (Cfr. Lucas 10, 25-37).
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No pocos nos podemos dedicar a los heridos y asaltados todo el tiempo que nos gustaría. La Voluntad de Dios no es esa. No quiere Dios que usted y yo dejemos de cumplir nuestra labor profesional. No quiere que representemos el papel del posadero.
Lo que quiere es que imitemos al samaritano, socorriendo al que encontramos por la vida malherido.
Muchas veces recortando nuestro tiempo generosamente.
Muchas otras ayudando con cabeza y plata a que los cuiden otros. Todo es labor social e inmejorable caridad.