Pese al generoso propósito de una cantidad de ediciones sintéticas y económicas de la obra del bardo del Guayas, que han circulado desde la emblemática Colección Ariel de la década del setenta, no contábamos con una que exhibiera el carácter de completa. Ahora sí. El Municipio de Guayaquil ha incorporado la publicación de obras señeras a su programa cultural. Y pese a la precaria práctica de la lectura en nuestro medio, la noticia es feliz.

Cuando una publicación presume de ser completa siempre hay espacio para la duda. ¿Quedará en medio de posesiones personales algún texto de desconocida ubicación? ¿O tal vez alguna olvidada revista atesora un poema perdido del adolescente iluminado que fue Silva? La seguridad absoluta es imposible. Para muestra todavía se descubren postergados Van Gogh en desvanes, o bocetos de Leonardo Da Vinci entre rumas de papeles embodegados. Sin embargo, vale aceptar que el esfuerzo editorial de Javier Vásconez y Melvin Hoyos nos han puesto en las manos la obra completa de Medardo Ángel Silva.

Fernando Balseca, en el estudio con que abre el sector poético del libro, sitúa perfectamente el fenómeno Silva: “el paso del tiempo... es un elemento central que establece los logros alcanzados por un escritor”. Medardo está vivo en la memoria del pueblo, de una comunidad que tal vez lo lee poco, pero que lo sostiene en el altar de la iconografía popular. Silva se ha encarnado en un “modo de ser poeta” que si bien ya no es válido para nuestros días, levanta un prototipo. Radicaliza un testimonio. Poesía y sufrimiento van de la mano en la vivencia de ese muchacho que hizo de sus versos una vitrina autobiográfica en la que desvistió con impudor su alma atormentada.

Pero como el dolor es patrimonio de la condición humana, todos nos reconocemos en alguna línea que le pone palabras a nuestra propia congoja de ser, de amar contrariadamente, de ver perdidas las ilusiones e inalcanzables los sueños. El verdadero poeta es puente propiciador de encuentros con nosotros mismos.

La tradición ha privilegiado una sola faceta del creador múltiple que fue Silva. El tomo de Obras Completas nos facilita un acercamiento al cronista de Guayaquil que ha rescatado para siempre la imagen de la ciudad naciente a la modernidad. Nos conduce por una urbe vacilante entre la inundación de luz de su sol tórrido y una húmeda nocturnidad de pasadizos oscuros y sugerencias prohibidas. Las contradicciones del puerto nos lucen conocidas pese a los cambios del presente, arraigadas en la tendencia a la desunión y al desorden que el escritor identifica desde en los artistas de su tiempo.

Silva también fue narrador. Una novelita, cuatro cuentos muy breves esbozan personajes ligados al amor y a la muerte en esa obsesiva premonición que condujo su propia vida hacia una desaparición tan temprana que ha puesto a imaginar a la crítica cuánto habría producido su pluma si hubiera vivido más años.

Desde el martes, numerosas personas me han salido al paso a preguntarme qué hacer para conseguir el libro. Y no he sabido qué responderles. Ahora viene, entonces, el esfuerzo complementario a tan buena iniciativa: abrir el acceso a estas Obras Completas de nuestro Medardo.