El terror, que está invadiendo desde la vida familiar hasta la internacional es una forma de violencia.

Muchos entienden por violencia solo la causada por personas individuales, la que derrama sangre, la que contradice a lo establecido por la ley. Los obispos latinoamericanos en Medellín, ya en 1968, nos dijeron que hay también la violencia institucionalizada, es decir, la violencia tolerada, o fomentada por las leyes y por el llamado “orden social”. Señalo un hecho actual entre tantos: expertos internacionales afirman que, mientras se tiran al mar o se queman alimentos, 15.000 niños mueren diariamente de hambre en el mundo.

Preguntémonos: el desorden económico mundial, que tiene estas muertes, como una de sus consecuencias, ¿causa o no causa terror?

El terrorismo institucionalizado no es nuevo: los piratas, que ayer forjaron la grandeza de algunas naciones europeas, hoy se llaman terroristas.

Las dos violencias, los dos terrorismos, el de la sangre y el del desorden legalizado nacional e internacionalmente tienen la misma raíz y las mismas consecuencias: el egoísmo personal o de grupo.

El terrorismo de individuos no es consecuencia solo del desorden socialmente institucionalizado; tiene otras causas, como la educación familiar, escolar y de los medios de comunicación; pero hay interdependencia entre las dos expresiones de terrorismo: ¿no se disminuiría acaso el terrorismo, garantizando a todos una elemental equidad en la participación de los recursos del mundo y en los bienes de la ciencia y de la técnica?

Los beneficiados por el desorden social prefieren cerrar los ojos ante el terror causado por el hambre, la desnudez y la muerte. Con ojos abiertos a su conveniencia, pretenden imponer su “orden”, están mundializando un sistema para “su” seguridad, en el que gastan sumas astronómicamente altas. Por su parte los oprimidos, a medida en que toman conciencia de su situación, se oponen o intentan oponerse. Ya son muchos los que dicen que una vida así, “su” vida, no es digna de vivirse; en consecuencia, ellos también están mundializando su arma de terror, antes impensable, por ser contraria al instinto de conservación: se hacen ellos mismos bomba, para morir matando. Los primeros terroristas construyen bombas destructoras; estos segundos, aparentemente débiles, son invencibles, cuando aceptan morir y se hacen bomba. Para los aventajados por el “orden” actual es difícil entender que el terrorismo sangriento es también consecuencia y solo después causa de inseguridad. En el documento de Medellín leemos que “no se puede abusar de la paciencia de un pueblo”. “Los privilegiados en su conjunto, muchas veces presionan a los gobernantes... e impiden los cambios necesarios; ...se hacen así responsables ante la historia de provocar –como dijo el papa Paulo VI– revoluciones explosivas de desesperación”.

Paulo VI nos dijo que la paz y seguridad se obtienen “creando un nuevo orden, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres”. La solución no está a la vuelta de la esquina; será fruto de un objetivo y de una política de Estado, realizados por todos con creatividad y solidaridad.