Nos referimos a aquella tendencia que se observa para medir los asuntos educativos solo con criterios contables de rentabilidad, y no con el que realmente cuenta, esto es, la solidez de los profesionales que forma.

Habrá que cuidar que tal fenómeno no se extienda. En el sector público se pueden establecer mecanismos de control directos a través del Estado. Al tratarse de un gasto que se cubre esencialmente con el aporte de los contribuyentes, es posible justificar una intervención del conjunto de la sociedad. Sí, por supuesto, entendemos que esos mecanismos en nuestro país no funcionan, pero eso es asunto aparte: cuando no hay voluntad de que las cosas se hagan, ninguna receta es buena.

En cambio, en la esfera privada esos controles directos no tienen la misma utilidad. Incluso, como ocurre en nuestro medio, se vuelven un elemento más de ineficiencia. Y de allí que pronto se produzca un colapso, que puede dejar huellas imborrables de mal signo en varias generaciones posteriores.

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Como en tantos otros asuntos de pedagogía, el mejor camino para enfrentar estos problemas es abriendo el debate: comencemos por allí; hagámoslo en todas las instituciones que tenemos que ver con tan delicado asunto.