Dávila contestó: “Quiero entender que es consigna de alguien esta pregunta”. Era una respuesta predecible y muy a tono con el estilo sinuoso del diputado. Sin embargo, injustificablemente, Ortiz estalló. Y digo injustificablemente porque los 16 años de experiencia profesional que él mismo invocó, en medio de su exaltación, debían ayudarlo a mantener la calma. Pero no: el periodista se indignó, gritó, mandó a callar y dio por terminada la entrevista. Tenía todo el derecho de enojarse, pero hizo mal en dar ese espectáculo.

Para Dávila, un triunfo. En efecto, todo lo que dijo el diputado a partir del momento en que advirtió que sus insinuaciones indignaban a Ortiz, cada frase, cada palabra, estuvo destinada a encolerizarlo aún más hasta sacarlo de sus casillas, como finalmente ocurrió: “Tiene miedo... No se ponga nervioso ante la verdad... Usted es empleado del señor Egas... Es evidente que usted tiene miedo...”, decía por lo bajo mientras Ortiz daba alaridos.

En las ciertamente no muy nobles artes de la provocación televisiva, Dávila no conoce rival. Vino, provocó y venció. Ahora ya podía ir a otros medios a quejarse de que los medios lo maltratan, cosa que siempre está bien vista y da muchos réditos: si lo hacen los banqueros prófugos, los políticos corruptos y hasta los futbolistas sospechosos de abuso sexual, ¿por qué no habría de hacerlo Dávila? Además, para algo le han de servir los canales donde dispone de micrófono abierto y nadie le hace preguntas incómodas.

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