Son muchísimos los gobernantes que están convencidos de que el descontento de la población no tiene peso propio y que el malestar social solo cuenta cuando los medios lo deciden. Debieron caer dos presidentes para que algunos funcionarios comprendiesen que el movimiento indígena existe. Lo mismo ocurre ahora con los jubilados. Para cierto sector del Gobierno, los hombres y mujeres de la tercera edad no son nada fuera de las cámaras de la televisión, y si su protesta ha conmocionado al país, es solo por responsabilidad de los medios.

Otro error igualmente importante es creer que los medios están en la obligación de cogobernar; esto es, que les toca a ellos conseguir que la opinión pública aplauda tal o cual medida del gobernante de turno. Quienes así piensan, desconocen que la cualidad fundamental del que aspira a un cargo público debería ser su capacidad para dirigir las voluntades mayoritarias hacia determinado objetivo. Recetas y soluciones fabulosas existen muchas; lo difícil, en política, es convencer a la población de que las acepte. Los medios no son los encargados de llenar ese vacío. Su misión principal es informar cuando surge el dirigente que sabe cumplir esa histórica responsabilidad. Aunque eso suceda, lamentablemente, con cada vez más escasa frecuencia.