Un profesor de dos de las universidades de la ciudad me contaba desolado que va a retirarse de esta actividad a la que le ha dedicado muchos años, tiempo y entusiasmo. La razón: las universidades han dejado de ser tales, según dijo. Añadió que en su facultad le habían dicho que los clientes de la universidad son los alumnos y que lo más importante es no perder el cliente. Parece que esta concepción mercantilista de la educación universitaria fue más allá de lo que este profesional serio y convencido de la necesidad de buenas y exigentes universidades pudo soportar.

No es la primera vez que oigo comentarios similares de profesores, estudiantes o padres que consideran que la universidad debe ser fácil y rápida para satisfacer a los “clientes”.

Con este planteamiento no es raro, entonces, que las carreras universitarias puedan hacerse en cómodas cuotas, con plazos fáciles de aceptar, con gangas,  ofertas y descuentos y hasta es posible que pronto se anuncien los “combos”.

Entonces podemos hablar de cualquier cosa, menos de estudios universitarios. La oferta de estudios superiores es engañosa, se ofrecen muchas opciones, ha crecido el número de universidades, todas anuncian la excelencia como su meta y esta se manifiesta en lujosos folletos y fotos atractivas. Mientras tanto, se reduce el tiempo de estudio, en algunos casos dejando serias deficiencias en la formación profesional básica, se amplía el número de exámenes que se pueden dar, de tal manera que habría que hacer verdaderos esfuerzos para no aprobar el curso, y se bajan las exigencias académicas.

Los estudios universitarios requieren vocación y capacidad de estudio, dedicación y esfuerzo. Cuando son serios tienen una exigencia mínima irrenunciable, crean disciplina intelectual, enseñan a aceptar retos académicos, despiertan vocación por la investigación científica, generan la reflexión y la producción de pensamiento, buscan soluciones para los problemas del entorno. Por supuesto, hay normas que cumplir para lograrlo y que nada ni nadie puede vulnerar.

La elección de una buena universidad es, por lo tanto, determinante para el futuro individual y el servicio colectivo. Pero las mejores son siempre las más exigentes, las de normas claras y aplicables a todos, las que aceptan plenamente la responsabilidad de formar los nuevos cuadros profesionales y académicos que el país necesita, y lo hacen sin concesiones.

Si hablamos de los alumnos como clientes y adoptamos la nomenclatura comercial, detrás de la cual hay siempre un concepto, es obvio que aparece el factor competencia, pero en este caso debería ser no por ganar número de alumnos, sino por ser la más seria, la más exigente, la que opta por ser propiamente universidad y no una tienda académica que vende calificaciones y títulos. Por supuesto, esto que sería responder a su propia naturaleza sería la mejor garantía para conservar los alumnos. Pues, para decirlo en los términos que se están usando, los buenos clientes buscan calidad.