Es obvio que las más elementales normas de civismo no las enseñan ya los padres ni los colegios, luego convendría que las autoridades, en vez de tantas campañas contra el tabaco, hicieran alguna por la urbanidad. Parece que los nuevos ministros socialistas confunden las medidas con los deseos en mayor medida de lo deseable, porque si ellos no ven clara la diferencia, ya me dirán los ciudadanos. Sea como sea, han tardado solo mes y medio en dar a conocer un deseo-medida o una medida-deseo autoritaria, abusiva y contraria a las libertades, y la encargada ha sido la Ministra de Sanidad, quien no solo no se aparta un milímetro de la demagogia y el efectismo implícitos en las cruzadas contra el tabaco, sino que además ha anunciado su deseo-medida futura de que un día se prohíba fumar en todos los lugares públicos, incluidos bares, restaurantes y discotecas, como ya se ha hecho en Noruega e Irlanda, países idénticos al nuestro. Yo insto a la señora Ministra a que vaya más lejos y se anime a declarar ilegal el tabaco. Sería lo propio, y al fin y al cabo no estaría de más que los estados pusieran término a la hipocresía de ingresar monstruosas sumas de dinero gracias a ese hábito, a la vez que lo execran y lo persiguen con energías dignas de más graves causas (luchar contra ese “mal” se ha convertido en un adorno, que los libra de luchar contra la contaminación industrial y automovilística o contra el tráfico de armas, acerca del cual España tendría que decir y corregir bastante). Y total, esa ilegalización del cigarrillo no tendría más consecuencia que la creación de una mafia más, los pitillotraficantes, que se harían en breve mucho más poderosos que los narcos; y dada la política mundial respecto a las drogas, nada parece interesar tanto a los gobiernos como enriquecer y fortalecer a esas mafias, contra las que simulan combatir con gran ahínco. Pero no. Es mejor prohibir fumar en los lugares públicos, medida-deseo dictatorial donde las haya. Cada restaurante o bar ha de ser libre de declarar su espacio con o sin humo, y a su vez los clientes serán libres de entrar o no en ellos, según sus preferencias y necesidades. Otra cosa sería una imposición inadmisible.

Bien, al mismo tiempo otros políticos con gobierno, los del Ayuntamiento de Madrid, han incitado indirectamente a la población a robar con jolgorio. Uno de los espectáculos más vergonzosos e indignantes de los últimos tiempos ha sido el de los ciudadanos de la capital (con la entusiasta colaboración de muchos venidos de otras provincias) dedicados a rapiñar cuanto hallaron a su paso, en las fechas cercanas a la boda de los príncipes de Asturias. En una demostración incomparable de incivismo y jeta, de la que espero que el Comité Olímpico Internacional (COI) haya tomado buena nota, la gente entregada al pillaje robó unas trescientas mil flores recién plantadas, y las macetas, y los parterres, y los espantosos ornamentos callejeros (incluidos los que parecían emblemas de antiguas barberías), las grandes lonas anunciadoras del enlace, contenedores metálicos con la letra M, cascabeles, banderolas, gallardetes, absurdas ramas de almendro artificiales, todo fue sustraído. Hubo jóvenes provistos de alicates y encaramados a las farolas, señoras pegando tijeretazos a la alfombra roja, caballeros sacando con cucharas la tierra de los maceteros… La mayoría de las plantas y flores estaba previsto que se quedaran en nuestras calles, y entre los damnificados por los chorizos sin fronteras están hasta las víctimas del 11 de marzo, a quienes iban a destinarse los beneficios de la venta de objetos hechos a partir de las carísimas lonetas hurtadas. La broma del saqueo costará cientos de miles de euros al erario.

Los rapiñadores no eran en general pobre gente desharrapada que arrambla con lo que le soluciona el pan de un día, sino personas sin aparentes necesidades básicas. Que la imbecilidad se extienda como la pólvora no es razón para tolerarla, sobre todo cuando implica desconsideración y daño. Debe de haber quien tenga en su casa, enmarcados, un manojo de césped del estadio de Wembley, un asqueroso fragmentillo del Muro de Berlín, un trozo de portería del día en que su equipo de fútbol ascendió a primera y, ahora, un retal de alfombra roja pisada por una comitiva abundante en adefesios. Es obvio que las más elementales normas de civismo no las enseñan ya los padres ni los colegios, luego convendría que las autoridades, en vez de tantas campañas contra el tabaco, hicieran alguna por la urbanidad. Vana ilusión, ya que el Ayuntamiento madrileño –temeroso de reñir a quienes deben ser reñidos– se ha dedicado más bien a alentar el robo. El concejal de Seguridad se ha hecho el gracioso, y ha calificado el saqueo de “colaboración ciudadana en la retirada de los elementos decorativos”, “era divertido llevarse un recuerdo”. Y, según el primer teniente de alcalde, la imagen dada por la ciudadanía era “muy buena”, y la rapiña “anecdótica”. Solo la concejala de Medio Ambiente ha estado en su sitio y ha manifestado su enfado.

¿Esta es la ciudad que aspira a unos Juegos Olímpicos? La imagen de jaurías ladronas, ¿es “muy buena” a juicio del Ayuntamiento? Pues nada, que envíen fotos y videos al Comité Olímpico Internacional, para fortalecer la candidatura. Si los responsables del COI tienen un dedo de frente (pero lo dudo), ya habrán borrado de la lista a mi ciudad natal. Porque aquí no iba a quedar ni rastro de la famosa antorcha, ni un solo aro olímpico que enseñarle al mundo.

© El País, S. L.