¿Cuánto fue finalmente lo que gastaron los miembros del directorio del IESS en la remodelación de las oficinas de la discordia, en su sede de Quito? Cien mil, doscientos mil y hasta cerca de medio millón de dólares se dice, según de quien venga la versión. Mucho menos, aseguran ellos, y lo justifican con el argumento de que hace mucho que no se daba una mano de gato a ese lugar. ¿Tanto dinero y no pudieron colocar allí un buen espejo?

¿Cuánto pagaron los vocales del IESS por los lujosos vehículos todoterreno que ahora utilizan para trasladarse por las calles de Quito, desmereciendo los esfuerzos preelectorales que hace su alcalde, para facilitar el tránsito? ¿200 mil dólares? ¿300 mil? ¿Un poco más? Lo cierto es que se trata de confortables automotores, de esos a los que solo les falta conversar, porque ya existen los que le hablan a sus usuarios. De esos con tecnología de amortiguación alemana y aire acondicionado full. Pero que al parecer, también carecen de buenos espejos.

Porque, sin duda, esa debe ser la principal razón para que los señores del IESS muestren indolencia frente al reclamo persistente y ahora con ribetes dramáticos de centenares de jubilados a nivel nacional, y en especial en Guayaquil. Porque si tuvieran un buen espejo, en sus confortables oficinas, o sus todoterrenos, pienso que no adoptarían tal actitud y se darían cuenta que sus cabezas ya pintan canas, que cada vez tienen menos pelo y que cada día que amanece habrán dado un paso hacia esa tercera edad, que descubre en una virtual indigencia a ese grupo de personas que lo dieron todo durante su etapa productiva.

Como tampoco parece haber espejo en las oficinas del Ministerio de Economía, desde donde salió la advertencia de que cualquier alza sería como entregar un cheque sin fondos a esos ancianos que pusieron en riesgo su vida en los forcejeos de la Caja del Seguro de Guayaquil y al asumir una huelga de hambre que inevitablemente deja secuelas hasta el más pintado. Ministerio al que le cuesta bajarse de la esfera macro y sentir aunque sea por referencia lo que sienten quienes deben dividir 12 o 14 dólares por los 30 días del mes, y se dan cuenta que les corresponde diariamente lo mismo que cuesta una botella de agua embotellada, en cualquier esquina.

Suerte la de ellos, vocales y ministros, que por su vida burocrática deben tener asegurado el futuro y cualquier pensión pequeña (aunque el tope de jubilación sean los 900 dólares mensuales) no les sirve más que para pagar unos cuantos de sus gastos menos importantes. Quizás por eso no le dan importancia al espejo.

Pero como paradoja, el que sí tiene espejos y suficientes para mirarse es el Gobierno. Allí está el de Bolivia y la reacción popular justamente por la desatención a los sectores proletarios. Con un jubilado que se inmoló ante el asombro nacional, en pleno Congreso. O también Argentina, donde el gastar como millonario y desatender a las clases más vulnerables, como los pensionistas, llevó al descalabro a la convertibilidad, prima cercana de nuestra dolarización.

¿Cuántos espejos más se necesitan para entender  que no deben resolverse conflictos como el de los jubilados sentándose a esperar a que ellos se extingan?