Veinticinco años atrás, cuando en mi barrio le robaban una bicicleta a un niño, siempre hubo alguien que podía acceder a los “cabecillas” de los ladrones y mediante sus buenos oficios lograba recuperarla. Ese informante era reconocido y orgullosamente se convertía en cómplice de la justicia.

Hoy se han complicado las cosas, pero no hasta lo imposible. La dificultad en obtener esa misma información se presenta por los nuevos socios del crimen. Pues, el hecho de que las bandas de robacarros, tumbapuertas y secuestros, anden armadas hasta los dientes, implica que la delincuencia cuenta con poderosos administradores de la perversidad. Gerentes, seguramente bien vestidos y perfumados, que asisten suministrando arsenal para el perfeccionamiento del crimen.

¿Quiénes les venden las armas? Obviamente y por exclusión, solo pueden ser aquellos que tienen un libre acceso hacia el poder público, político y militar. Puesn que yo sepa, obtener legítimamente un arma de fuego requiere de algunos trámites y control permanente.

Los asaltantes de hoy dejaron de ser solo producto de la miseria o de la infracción eventual, y se convirtieron en el resultado de la inversión de quienes cuentan con influencias para facilitar la criminalidad.

Sospecha que se soporta en la poca o ninguna información que brindan los uniformados, sean policías o militares, al ser cuestionados por los avances vergonzantes de los casos de Fybeca y faltantes de armas; y en la coincidencia que refleja cuando la prensa, coincidentemente, publicita la cantidad de asaltos que se han perpetrado en el país. Sí, luce raro que justamente después de las investigaciones que se exigen en estos casos de abuso de poder, a la ciudadanía se le abra el velo de la información detallada de los atracos. Información que en el evento que fuese manejada a propósito, producirá un efecto en la sociedad de apoyo a la represión.

Creo que en ningún momento la delincuencia dejó de hacer sus fechorías contando con un soporte técnico y adiestramiento logístico casi igual a cualquier legítima empresa multinacional. Tal vez cambiaron su estrategia o a alguien le convenía que no se sepa lo que hacen. Pero sabemos que siempre han estado allí, en la oscuridad, rastrillando sus armas mientras vigilan a su próxima víctima. Pero, asimismo, creo que alguien sabe más acerca de ellos. Alguien sabe cómo se organizan y por lo tanto, sabe cómo desarticularlos.

Tal vez saben tanto que temen por su vida si hablan, o eligieron convertirse en esos socios invisibles que claudican ante el dinero. Pero lo que sí es cierto es que nuestros uniformados deberían ser capaces en estas artes de inteligencia y de seguridad; pero, en el caso de que el pánico no les permita hablar, o que el Estado no les dé el dinero para su entrenamiento, por lo menos deberían colaborar con la justicia poniendo el buen ejemplo y públicamente castigar a los agresores que, con uniforme en cuerpo, han agredido a otros abusando de sus armas. ¿O es que no se les ocurre pensar que esos presuntos delincuentes civiles también pretenden la misma inmunidad?