Las Naciones Unidas fomentan la armonía entre las naciones. Sin embargo, algunos miembros presentan motivos, que frecuentemente son pretextos para recorrer el camino de las armas. El más reciente, curioso y caprichoso motivo es el “ataque preventivo”. Hay guerras conocidas, “guerras espectáculo”, como la de los Balcanes, Afganistán, Iraq, Israel y Palestina. La mayoría de las guerras son ignoradas, como la de Sudán y las guerras y guerrillas internas en América Latina, porque interesan poco o nada a las grandes potencias. Los factores de guerras se esfuerzan en protegerse y engañar, afirmando motivaciones humanas, como la libertad, la justicia, la dignidad de la persona humana. Aunque en algunos casos tarden, las motivaciones reales de la guerra terminan por aparecer.

Una de las motivaciones reales es la pretensión de considerar su modo de pensar, de actuar, de valorar, su determinada escala de valores, como la única humana, o, al menos, como la modelo, con derecho a imponerse, hasta con el uso de la fuerza.
Otra motivación es la económica, como el renovado deseo de apoderarse de las fuentes de petróleo, o el fomento de la industria de armamentos.

La industria de armas se ha impuesto, a veces, hasta contra la vida de los propios ciudadanos. Por ejemplo, durante la pasada guerra de Corea, empresas del Reino Unido vendían armas a Corea del Norte, mientras este grande país enviaba soldados para defender a Corea del Sur. Estados Unidos es el mayor productor de armas, especialmente de las grandes; y su economía depende, en parte, de la industria de armamento. Países como Francia, Italia tienen una floreciente industria de armamento, especialmente de armas ligeras para las guerras de los pobres. Producen armas para venderlas y, para eso, han de fomentar guerras, inflando motivos reales o creándolos, si no los hay.

La invasión a Iraq nos pone ante un peligro actual, no solo por su costo y fracaso, sino también por haber sido ocasión de experimentación de armas: Estados Unidos y el Reino Unido han empleado armas sofisticadas que, aunque llamadas “inteligentes”, han matado más a civiles que a soldados. Seguramente los productores de armas se esforzarán en producir armas más “inteligentes”. ¿Qué harán con las obsoletas? No es temerario pensar que no las van a destruir; las van a vender; ¡y las van a vender a los países pobres!

Es necesario ponernos en guardia contra los falsos pretextos, encubiertos, para iniciar una escalada de armamento. Afirmarán que el país vecino ha comprado; nosotros también tenemos que comprar.

Decía un distinguido ecuatoriano: “No hay peligro de nuevas compras; Ecuador está pobre, no hay fondos para comprar armas”. Olvidaba que, para que podamos comprar armas, nos facilitaron préstamos; buena parte de nuestra deuda externa se debe a adquisiciones de armamentos. La probablemente necesaria renovación de armas ha de hacerse, de acuerdo a una jerarquía de valores, sin caer en los pretextos teñidos de estéril nacionalismo, en la tentación de las “comisiones”, etcétera. Más que armas necesitamos educación, salud, vivienda.