Con una ingenuidad que asombra, José Saramago hace girar su última novela en torno a un alto porcentaje de votos en blanco en las elecciones de un pueblo cualquiera. El eje de toda la historia está constituido por los efectos que tendría o, mejor, que debería tener ese hecho sobre las decisiones de los gobernantes, ya que debería interpretarse como una manifestación de desencanto, de rechazo o de protesta. Para un autor que aprovecha todos los espacios públicos para señalar su escaso afecto a la democracia, un comportamiento electoral de esta naturaleza constituiría un indicador no solo de la insatisfacción de las personas, sino de los vicios de este tipo de régimen. Pero, bastaría que revisara brevemente las cifras electorales de muchos países de América Latina para que todo su argumento pierda sustento. No son pocos los casos en que el voto sin destinatario bordea los límites señalados como catastróficos por el autor. No cabe duda de que la ceguera le cae mejor como tema novelístico que ese mecanismo insustituible de la vida política que, como dijo un autor italiano, permite contar y sumar las cabezas sin necesidad de cortarlas.

Ya que la vida está cargada de coincidencias irónicas, al mismo tiempo que aparecía el libro del premio Nobel –y sus ejemplares competían en ventas con las entradas a los partidos de la Eurocopa– se realizaban las elecciones para el parlamento europeo. Además de ser las primeras que se efectúan desde el ingreso de los diez nuevos integrantes, a estas les correspondió el dudoso honor de ser las que han contado con menor proporción de votantes. Aunque es verdad que hay sustanciales diferencias entre el voto en blanco y el absentismo, casi se podría decir que, desde la perspectiva del novelista, la democracia europea debería entrar en tratamiento de terapia intensiva.

Literatura aparte, no deja sorprender el comportamiento del habitante medio. Ha preferido prepararse para las vacaciones, ver los partidos de fútbol por la televisión o simplemente quedarse en su casa. No le ha interesado ser parte activa en unas elecciones que, por conformar el parlamento multinacional de una de las dos zonas más ricas del mundo, serán el primer paso para la definición de aspectos cruciales del futuro global. Un resultado similar en América Latina habría sido interpretado con la siempre recurrente palabra crisis, mientras que en este caso simplemente se ha tratado de encontrar las causas. En esa búsqueda, muchos analistas coinciden en destacar el escaso interés que genera la política cuando están resueltas las principales necesidades individuales y sociales. Los altos niveles de bienestar promueven una conducta poco proclive a la política mientras estén ausentes hechos inusuales como el atentado de marzo en Madrid. Mientras tanto, en América Latina le echamos la culpa de los problemas a la falta de participación en los procesos políticos, como si fuera esta la que va a producir mejores resultados económicos y sociales, cuando claramente el problema está en otro lado.