Magdalena, 39 años, colombiana
“En abril nosotros cumplimos catorce meses de haber llegado. A nosotros nos tocó salir por la violencia y por mis hijos, porque allá donde vivíamos era paso de la guerrilla, donde no importa lo que uno diga, sino que se tiene que cumplir lo que manda la guerrilla.

“Los niños grandes, como los míos (cinco), corren peligro porque se los llevan, yo no puedo decirles nada a los de la guerrilla, ellos (los hijos) tampoco pueden decir que no quieren ir.

“Acá el Acnur nos ayudó enseguida, nos dieron el carné de refugiados, pero no nos han ayudado a encontrar trabajo ni escuela para los niños.

Publicidad

“Yo no sé qué pasa pero a ninguno de los cinco los recibieron  en las escuelas públicas, me recorrí todas las del sector y en todas me dijeron que no había cupos, los niños no están estudiando, pero me ayudan con las ventas.

“A los colombianos nos discriminan mucho, al inicio en el barrio tuve problemas porque acusaron a mis hijos de ladrones, cuando ellos no habían robado nada. No pueden juzgar mal a todos los colombianos por algunos que hacen daño.

“Cuando mi Darío (11 años) se enfermó los doctores podían dejarle que muera, le llevé a varios hospitales pero en todos decían que no tenían traumatólogo o no lo quisieron recibir, solo el taxista me ayudó para llevarlo al Baca Ortiz, allí estuvo siete días. Los doctores me pedían para cada cosa que necesitaban, eso me pareció terrible; el Acnur me dio 30 dólares, pero la cuenta fue por 270, por eso me retrasé en dos meses de renta, recién la semana anterior terminé de pagar.

Publicidad

“Mis hijos tampoco no extrañan nada de Colombia, solo a sus compañeros de escuela, sobre todo mi Darío, que no se quiere perder ni un partido de fútbol porque dice que de grande quiere ser futbolista y acá es hincha del Aucas, por Higuita (René)”.