LE PASABA en hora de Lenguaje, frente a la página en blanco: esa imaginación que inventaba héroes, monstruos, mundos indescriptibles e increíbles aventuras se convertía en un gran silencio. Peor si pensaba en la ortografía: en no olvidar ninguna letra, en que en sexto de básica ya es vergonzoso confundir la p y la q, la b y la d. Ahí sí solo le quedaba un enorme vacío en la mente, otra hoja en blanco en donde hasta hacía un minuto habían habitado seres fabulosos muy superiores a los de las barajas que vendían en la puerta del colegio.

Mordisqueaba el lápiz. Miraba las líneas que comenzaban a bailar dentro de la fijeza de sus ojos, ya adoloridos por el esfuerzo. Quería evocar a Maikel, el héroe adolescente de la espada invencible, sobre el lomo del triceratops color esmeralda con el que mantenía una estrecha comunicación telepática; pero ya le habían dicho que ambos nombres estaban mal escritos.

Los otros niños escribían sin parar. Alguno, casi siempre alguna, hasta pedía otra hoja, y él seguía en la línea del título, sin atreverse a preguntar con qué be se escribe cueva.

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Entonces la profesora, compasiva, le sugería algo relacionado con su vida. Él negaba con la cabeza: ¿la madre siempre melancólica, el padre “de domingo”, el dinero que cada vez escaseaba más?
- ¿Y sobre tus amigos?

Una sonrisa triste le cruzaba la cara: los niños que no juegan fútbol no tienen amigos, eso lo saben todos. Bueno, mamá no. Tampoco la maestra, que en cambio sí sabía con qué ve se escribe cueba.

El trabajo iba de tarea para la casa, y daba lo mismo porque mamá también se fijaba demasiado en la ortografía, en las letras omitidas, en la p y la q, la b y la d. Era mejor dejarlo y salir, solo, como siempre, a explorar el bosque junto a la ciudadela, mientras en las canchas cercanas otros niños se divertían de lo lindo persiguiendo a patadas un balón.

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Entonces, al subir hacia la loma donde el bosque se extendía, observó aquel extraño hundimiento en el suelo, algo así como la pisada de un gran animal. Se acordó de Maikel y su triceratops, pero cualquier cosa que encontrara durante sus paseos en solitario por el bosque cercano al barrio se lo recordaba. Solo que de repente escuchó algo más que los cantos de los pájaros y el sonido del viento entre las hojas. Levantó la vista. El sol bajo de las cinco de la tarde no permitía adivinar más que extrañas siluetas indefinibles. Se hizo visera con la mano y entornó los párpados para mirar mejor. Recordó, sin saber por qué, la hoja en blanco olvidada sobre el escritorio de su cuarto. Un ruido como de trueno volvió a sobresaltarlo. ¿Lluvia? No había nubes; pero ahí estaba, una vez más, el trueno, y hasta le pareció que la tierra temblaba un poco. ¿Por qué la imaginación comenzaba a funcionarle así en ese momento y no frente a la hoja en blanco? ¿O no era la imaginación? Algo se movía entre los troncos, y no precisamente un pajarito. ¿Una vaca, un caballo? A veces aparecían por los potreros o el bosque; pero una vaca o un caballo no...