Las situaciones de discrimen y maltrato no han sido resueltas del todo, pero la convivencia con vecinos, familiares y amigos, les ayuda  a los homosexuales de los pueblos de la península de Santa Elena a rodearse de ambientes de tolerancia.

La vivienda de construcción mixta que Juliana Reyes, de 64 años, ocupa con su familia en el barrio 28 de Mayo de La Libertad, es de dos ambientes, pero las pocas cosas distribuidas en esos reducidos espacios aparecen ordenadas y con pulcritud.

“Yo no me encargo ya de limpiar o cuidar –dice Juliana–. Es mi nuera la que se preocupa de arreglar y tenerlo todo en orden”.

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Cerca de ahí, Manuel Rivera, según el nombre que aparece en su cédula de identidad, sonríe nerviosamente.

Manuel, de 25 años, es  a quien Juliana llama nuera por ser la pareja de su hijo Carlos, de 24 años, quien se hace  llamar Claudia, usa las cejas depiladas y el cabello se lo recoge en una cola de caballo.

Juliana, madre de diez hijos más, todos ellos casados “como Dios manda –según dice–, por la Iglesia o unidos hombre con mujer o mujer con hombre”, sostiene  que la relación de su hijo, el último que tuvo con Juan Cacao, ya fallecido, “es un poco rara”, pero “mientras se entiendan y él (Claudia o Manuel) se porte bien...”.

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La relación de Carlos y Manuel se formalizó –éste último se fue a vivir a la casa del otro– hace un año. Desde entonces Juliana aceptó hacer el papel de suegra.

“Al inicio yo me opuse, pero luego dije que ya no se podía hacer nada”, agrega Juliana.

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Esta unión también la aceptan sus familiares. “No nos queda otra, ellos ya lo han decidido así, qué podemos hacer”, dice Juliana.

Mabel (Óscar, por su nombre legal) Montesdeoca, de 35 años, quien preside la Fundación Ecuatoriana de Minorías Sexuales (Femis), capítulo Santa Elena, dice:
“Si en el Ecuador se permitiesen los matrimonios gay, muchas parejas estarían ya formalizadas en La Libertad”.

Amaranta (Luis) Merejildo, quien lidera la Asociación de Intereses Comunes de Anconcito, una organización que agrupa a 36 homosexuales (21 de ellos en el anonimato), conoce otras situaciones parecidas en su pueblo de 3.000 habitantes donde, según  afirma, se rompen los promedios mundiales sobre la presencia de homosexuales en un grupo social, que según estudios hechos por el científico estadounidense Alfred C. Kinsey en 1941, plantean que el 10% de la población tiene inclinaciones homosexuales.

Sin sustento de ningún referente estadístico, Merejildo –quien es dueño de  una peluquería en su pueblo–, tiene una apreciación: aquí hay por lo menos quince por cada 100 habitantes.

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“Yo soy cocinera, pero a mí me respetan como persona durante los 20 días que paso embarcada atendiendo a mis compañeros de trabajo”, dice Lorena (Raúl) Yagual de 30 años, quien vive en la parroquia Prosperidad (de 800 habitantes) donde, según Sergio Tomalá, dueño del bar Estrellita, hay cerca de 30 gay.

Aunque no recurre a un nombre femenino, Tomalá dice que es homosexual y que su familia lo sabe. “Lo que ellos no me perdonan es que me vista de mujer”.

Luis Domínguez, de 35 años, dueño de un gabinete en San Pablo, precisa que los gay de esta comuna (a 12 kilómetros de Santa Elena) mantienen una línea de respeto hacia las personas con las que conviven: “Tratamos de no exagerar en nuestra forma de vivir. Así evitamos burlas de quienes no nos aceptan”.

Alfredo Alejandro, vicepresidente comunal refiere que la presencia de gays en este pueblo es alta, al igual que en otros de la Península.

“No creo que en Guayaquil haya menos homosexuales que acá, lo que pasa es que en pueblos chicos las cosas se hacen más evidentes”, dice Alejandro, quien dice que en San Pablo funcionan dos bares donde los lunes se concentran grupos de homosexuales, que cada marzo seleccionan a sus reinas.

En este pueblo también es posible que un fin de semana por la tarde, en la cancha de uso múltiple junto al parque Central, se desarrolle algún encuentro de indor entre jóvenes del pueblo y un equipo formado por travestidos.

“No es siempre, pero cuando ellos llegan a jugar, yo vengo porque me río un poco”, dice Juan, un albañil de cerca de 49 años y padre de tres hijos, quien evitó dar su apellido. Aunque es uno de los eventuales espectadores, tiene algo de prejuicio: “Allá ellos, y yo por acá, bien lejito”.

Sentada en su oficina, que en las noches es su dormitorio y que ocupa uno de los dos ambientes de su departamento, en una de las calles de Santa Rosa, Mabel Montesdeoca alega que uno de los rasgos de la convivencia respetuosa en la Península lo demuestra una comunicación que le llegó hasta su domicilio por parte del Comité Pro Mejoras de Santa Rosa, que dice: en reunión celebrada el pasado 27 de mayo, se acordó designar a usted como coordinador de Asuntos Sociales, para los actos que se realizarán por la procesión del Cristo Pescador.

“Esta es una festividad colectiva y se trata de socializar con todos los pobladores de la parroquia. El  grupo (Femis) ha trabajado en nuestra comunidad y sus miembros son respetuosos, no vemos por qué no invitarlos”, agrega Severo Muñoz, presidente del comité, una de las instituciones que trabajan en la organización del evento religioso y que también tiene un sentido social.

Otro  signo de aceptación que destacan Montesdeoca y los miembros de su organización es la donación que les hizo  la Municipalidad de Salinas de dos terrenos en la parroquia de José Luis Tamayo (Muey).

“Ahí construiremos nuestra sede”, dice Mabel, quien se niega a responder si alguien lo llama Óscar: “Mi nombre es Mabel. Si es que las leyes ecuatorianas fueran más tolerantes, ya hubiese tramitado el cambio legal”.

Esta donación, dice el alcalde de Salinas, Vinicio Yagual,  es un reconocimiento del gobierno local hacia un grupo que ha trabajado en la difusión del tema de salud preventiva, especialmente vinculado al sida.

“Como sector social, (los homosexuales) han sido segregados y abandonados, lo que no es justo siendo ellos ciudadanos y electores”, dice el alcalde  Yagual, quien, no obstante, alude a ciertas normas de respeto que hay en todo grupo social y “de las que nadie puede desentenderse”.

Se trata de saber convivir, dice Montesdeoca, pero aquello no se logra de la noche a la mañana y debe preocupar a todos.

“Hay una frase que se escucha mucho en nuestra comunidad: ‘Yo no me meto con nadie, que nadie se meta conmigo’. Pero eso no nos lleva a ningún lado. Así como hay cosas que a los gay nos molesta de nuestros vecinos, a ellos hay situaciones nuestras que tampoco les gusta”, acota Montesdeoca.

Ella intenta liderar un movimiento en la Península para organizar una especie de red en la que se vincule a los homosexuales para fotalecerse como grupo.

“Falta mucho –dice–, desde debatir más sobre cómo somos y lo que queremos ser, hasta el hecho de llegar a ponernos de acuerdo para tener nuestros representantes políticos. Hacia allá vamos”.