Acaba de publicarse en los Estados Unidos el libro Presidencial Leadership: Rating the best and the worst in the White House, que como su título lo evidencia trata de calificar la gestión de los presidentes estadounidenses, tarea por cierto ardua y compleja, al menos si se trata de evitar la simpleza de un mero pasatiempo.

Una de las dificultades que encontró el estudio fue la movilidad con que la percepción respecto a los diversos presidentes cambia a lo largo del tiempo, pues se daban muchos casos en los que un gobernante con baja calificación hace algunos años, obtenía un sorprendente ascenso poco tiempo después, lo que demuestra que el paso de los años alivia o enrarece la memoria que se tiene respecto de la gestión de un mandatario; quizás el ejemplo más claro era el de Reagan, ya que incluso mucho antes de su muerte, la calificación de su gestión había evolucionado de forma notable, contrastando a lo que se percibía cuando recién dejó el poder.
La otra distorsión reflejaba el carácter bipartidista de los Estados Unidos y la fuerte inclinación de examinar un presidente de acuerdo a la afiliación política, lo que obligó a seleccionar a 78 académicos en historia, leyes y política, de la derecha e izquierda de dicho país, para debatir el mencionado ranking.

Lo interesante en el libro es que la calificación se la realiza en base a seis categorías: los grandes o notables, los casi grandes, los que estaban encima del promedio, aquellos del promedio común, los que se colocaban abajo del promedio y finalmente el grupo de los fallidos. De acuerdo a tal encasillamiento, solo tres mandatarios alcanzaron la calificación de notables o grandes: George Washington, Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt, personajes en los cuales coincidió la totalidad de los académicos consultados, mientras que de los presidentes de las últimas décadas, solo Reagan obtenía una calificación superior, mientras que Clinton y George Bush padre eran considerados como gobernantes del promedio común y Nixon, Ford y Carter, debajo de dicho promedio. El libro no abarca la gestión del actual mandatario estadounidense, al que el juicio de la historia le deparará, con toda seguridad, una muy mediocre calificación al momento de evaluar su gestión.

Sería interesante realizar un trabajo similar en este país, tratando de percibir la dimensión histórica de los numerosos gobernantes que ha tenido el Ecuador. Lo más probable es que en la categoría principal, la de los grandes mandatarios, se incorporen los nombres de Rocafuerte, García Moreno y Alfaro, los cuales más allá de cualquier opinión contraria, son referentes obligados en nuestra historia republicana. A contrario sensu, sería interesante la reflexión respecto de los pocos gobernantes que se elevarían encima del promedio en los últimos 50 años y cuantos otros estarían supeditados a la mínima calificación, especialmente en esta última época de turbulento ejercicio democrático, lo cual explica, en gran medida, el desencanto popular que existe ante la ausencia de un liderazgo político que permita plasmar la visión de un estadista.

El juicio de la historia, naturalmente, no puede estar supeditado a la calificación que realiza un libro determinado, pero al menos este es útil para recordar, con mayor precisión, la dimensión de aquellos grandes gobernantes y la nostalgia de no tenerlos en estos días.