Los brigadistas afirman que necesitan el apoyo de la comunidad y la Policía para crear más grupos. El sonido estridente de la vieja alarma adquirida en 750.000 sucres (30 dólares) en 1997, rompió el silencio de la fría noche del domingo pasado en el bloque 3 de la cooperativa Unión de Bananeros (Guasmo Sur).

La alerta era la señal de alarma que los grupos barriales activaron para que salieran los moradores. “La única forma de combatir a la delincuencia es con el apoyo de las brigadas. Cuando estamos en peligro activamos la alarma y todos los moradores salen para respaldarnos”, expresó Manuel Peralta, miembro de la brigada  K-Fir.

Tras la señal, los habitantes salieron de sus casas para averiguar  qué ocurría. “¿Qué pasa compañeros, alguna novedad?”, preguntó Fernando Gallo Dávila. “¡Ninguna. Estamos en una prueba del equipo!”, respondió Hugo Burgos, presidente de la brigada, a manera de justificación.

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Otros habitantes con visibles muestras de nerviosismo se limitaron a observar por detrás de las ventanas enrejadas. “A veces hay balaceras entre pandilleros y podemos ser víctimas de una bala perdida, por eso a veces no salimos”, precisó Julio Porra.

Eran las 22h00, pero la jornada nocturna de nueve horas de guardia se inició una hora antes con una sesión en el estrecho espacio de un cuarto ubicado en el bloque 3.

Los brigadistas, cuyas edades oscilan entre los 30 y 65 años, recordaron que las 120 brigadas que se crearon en 1997, ante el incremento del delitos, se redujeron a 30 en el sector sur de Guayaquil.

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Con camisetas y gorras color azul, los sigilosos voluntarios se perdieron por los estrechos y oscuros callejones del sector. “¡Vamos al Pampón!, en ese lugar se reúnen los expendedores y consumidores de droga”, exclamó Hugo Burgos,  líder del grupo.

En las cuatro esquinas del sector conocido como el Pampón, los integrantes del equipo de seguridad local detuvieron a un consumidor de drogas. “¡Soy de la Floresta!”, respondió el aprehendido. Tras realizarle un cacheo y comprobar que no estaba armado lo liberaron. “No podemos hacer más porque no estamos autorizados para detener. Cuando encontramos sujetos con armas blancas o de fuego, se las quitamos, y los obligamos a que realicen 20 flexiones de pecho, mientras les advertimos que no los queremos ver por el sector”, manifestó José Intriago.

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Aunque no encontraron más sospechosos, los moradores mostraron preocupación por la constante presencia de unos  20 jóvenes, de quienes dijeron que a diferentes horas del día se reúnen en las esquinas para comprar droga y fumarla.

En el lugar nadie habla del tema por temor a represalias, pero saben que en una de las viviendas expenden drogas. “La mariguana la ocultan en mochilas y la reparten, fuman y el olor es insoportable, nuestros niños no pueden salir a jugar y nos preocupa el riesgo que corren, sobre todo los adolescentes”, dijo una mujer que no se identificó.

La Zona H, X-15, Los Chamos, Parada 8, Antirrana, Zona Boys, Osos y Caras Cortadas son las pandillas que están involucradas en el expendio y consumo de drogas, refirió el voluntario Hugo Burgos.

Falta apoyo
Mientras continuaba el recorrido, Burgos lamentó que el trabajo de las brigadas aún no cuente con apoyo total, “ni siquiera de la comunidad”, aseguró. “En el sector, algunos ayudan con dinero, otros brindan café al grupo en la madrugada”, dijo.

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“Hace falta que los policías se involucren con la gente, que den charlas para motivar la participación en las brigadas y  el apoyo de la llamada Unidad de Policía Comunitaria (UPC) para garantizar la seguridad de los pobladores”, expresó Burgos, mientras su menuda figura y la de sus compañeros se perdieron en la oscuridad.