Queridos todos:

Esperamos que al recibo de la presente se encuentren muy bien de salud, en compañía de su familia.

Llegamos algo cansados luego de un largo viaje, pero durante dos días nos relajamos muy confortablemente en el Swissôtel, en Quito, bautizada durante nuestra presencia como la ciudad eterna. Eterna, porque se armaron unas congestiones de tráfico del san flautas, que hicieron que sus habitantes tardaran eternidades en llegar a su destino, en razón de que la Policía cerró todas las calles que rodeaban nuestro hospedaje y, además, aquellas por las que pasábamos en caravana, escoltados por motocicletas con sirena y carros de seguridad. Ojalá que, acabada nuestra cita, Quito deje de ser demasiado eterna.

Algo que nos impresionó mucho fue el carácter tan sensible de sus habitantes, sobre todo de aquellos a los que veíamos desde la ventana de nuestras habitaciones y que pugnaban por acercársenos. Todos, o casi, alzaban la vista, sacaban su pañuelo y lloraban a lágrima viva. Claro que después nos explicaron que las lágrimas que brotaban a raudales se debían a las bombas lacrimógenas que tiraba la Policía para desalojarlos, pero tanto lamento no dejó de conmovernos, sensibles ante el llanto como somos nosotros.

El clima, benigno, con fuertes chubascos hacia la avenida 12 de Octubre; la altura, soportable (estuvimos en el décimo piso) y la comida, estupenda. Nuestro anfitrión, el presidente Lucio Gutiérrez, se esmeró en darnos lo mejor del menú oficial y nos brindó langostinos bañados en salsa de corrupción, que es como aquí se cocina todo; huevos a lo militar, y yuca a la Conaie. De postre, un mousse tembleque, a la democracia, que dejó de temblar cuando llegó Colin Powell.

Francamente, durante nuestra estada aprendimos mucho. Por ejemplo, recibimos de manos de nuestro colega ecuatoriano, el canciller Patricio Zuquilanda, unos bellos libros en que leímos que el sombrero de Panamá no es de Panamá, sino del Ecuador, lo cual se confirmó el instante en que el presidente Lucio Gutiérrez pronunció su discurso: si el Primer Mandatario produce tanta paja al hablar, ¡cómo no va a haber paja para los sombreros! Aquí lo que sobra es la paja para hacer artesanías. ¡Admírense!: el Gobierno hace unas bellas, delicadas, finísimas promesas que son pura paja. Las autoridades nos dejaron esas promesas como recuerdo, aunque nos aclararon que aquello no era un souvenir sino un sousequeda porque esa paja no es para exportación sino solo para consumo interno.

Al finalizar nuestro viaje tuvimos que trabajar mucho para redactar esta Declaración, que será conocida en el futuro como la Carta de Quito.

Afectuosamente.
OEA