Más que sentimiento es propensión, inclinación. Constituye la faceta transparente del amor. Lima las asperezas del deseo, sublima el instinto, representa la generosidad, metaboliza la sensibilidad. Ternura es redactar una carta con mayúscula porque la abuela es corta de vista, decir que no nos gusta la torta si nos percatamos que no alcanzará para todos, tener mariposas aleteando lentamente en el estómago cuando contemplamos al ser amado, sentir que la sangre se vuelve más tibia al pasar por el corazón.

Ternura es conocer el idioma de los perros, saber que el can mira al arzobispo según la forma como lo atisba el prelado. Es amar a las estrellas sin obligación de conocer su nombre, ver cada puesta de sol con ojos diferentes, buscar en nuestra pareja a las múltiples mujeres que fue al ritmo de los años, envejecer juntos.

La ternura es cortesía del alma, estremecimiento del ánimo, turbación de la mirada. Se manifiesta al grado más alto cuando vemos nacer una criatura, titubear un cachorro. Sabe a risa húmeda, llanto exultante, sueño empollado. Las manos se vuelven seda para dibujar el contorno de un rostro, la piel se torna mansa pero inquieta como ardilla domesticada. En lo más profundo del ser, ondas se propagan como aquellos círculos en el río si lanzamos una piedra. Jugamos a las cabrillas en nuestras aguas, chapoteamos como locos en íntimos desvaríos.

Ternura, como invitada, llega temprano, observa cómo los cinco sentidos agotan sus arrebatos, cómo el cuerpo oscila en un vaivén que lleva al sueño. Ternura despierta primera para poder contemplar al ser dormido a su lado. Tibia como un seno, frágil como la nube, puede alterarse con la más leve brisa. Es activa pero resulta invisible su labor de hormiga. Ternura es mujer desde los pies hasta la cabeza. Es la parte femenina que sobrevive en el alma de cada hombre sin por eso restar un ápice de su virilidad. Es la fuerza de carácter que nos permite ser débiles, decir “lo siento” para detener la llegada de la tristeza, el rencor, el resentimiento.

Ternura es rosa despeinada que muere por haber vivido de prisa, concentrado su perfume en el más fugaz de los instantes haciendo su cometido de rosa. Es la cortesana que brinda su cuerpo a cualquiera pero ofrece sus labios a quien ama. Ternura es el clavo que no se oxidó por haberse alojado en la muñeca de Cristo. Es la palabra que desquició a María Magdalena. Es lo poco que somos cuando recordamos que vamos a morir, es lo mucho que llegamos a ser cuando regalamos nuestra vida en una sola mirada, despilfarrando riquezas sin valor material.

Ternura son los mil detalles de la vida cotidiana: pan caliente, café de la mañana, mano que alborota la cabellera de ella, transfusión de agua entre miradas, complicidad de ojos cerrados, líneas de las manos conectándose en un solo destino, neonato fusionando genes y haciendo de dos seres una mezcla de sorpresas.