El Ecuador no es cuna solo para insultos y puñetazos. Aquí también hay gente inteligente que piensa y hace propuestas. En el último período dos planteamientos políticos (defendidos, entre otros, por Humberto Mata) llamaron mi atención: que las elecciones se hagan por distritos y que adoptemos un régimen parlamentario para evitar las destituciones del presidente de turno.

Una propuesta inteligente es aquella que sirve, entre otras cosas, para discutirla. Respeto mucho al que tiene ideas propias, pero admiro más al que conoce y comprende también las ideas ajenas. (Por eso no puedo admirar a nuestros políticos, que se pasan el día contemplándose el ombligo o haciendo rabietas porque alguien discrepó con ellos).

Pues bien, resulta que no comparto las dos propuestas que mencioné; no creo que las elecciones por distrito o la adopción de un régimen parlamentario vayan a solucionar nuestras continuas crisis políticas.

Trataré de explicarles los motivos. Quizás no lo consiga en este solo artículo, así que deberé volver sobre el tema en otra ocasión.

Si algún extranjero de buena fe nos pidiese que le expliquemos qué ocurre con el Ecuador, cuál es su problema de fondo, tendríamos que recurrir a una palabra que lo resume todo: fragmentación. El Ecuador es un país fragmentado, dividido.

Ni siquiera en el ámbito regional o geográfico hemos alcanzado la unidad. Estamos obsesionados con la firma de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, pero no nos preocupa que no tengamos una carretera decente entre Quito y Guayaquil. Tampoco nos importa que volar desde esta ciudad a la capital del país sea apenas más barato que volar a la capital de Colombia, nuestro socio comercial más agresivo que nos está comiendo a pedacitos.

A cada rato mencionamos que tenemos un 80% de pobres, pero casi no hablamos del puñado de innombrables que se llevan la enorme tajada del pastel. En un extremo, letrinas inmundas y agua con lodo; en el otro, piscinas temperadas y jacuzzis con grifería de oro. Y aun así dejamos que la ministra Ivonne Baki, voraz lectora de Cosmopolitan y Vogué, nos convenza de que un concurso pasado de moda podía servirnos de pasaporte hacia la modernidad.

No tenemos un sistema judicial nacional o único. En su lugar hay feudos: los jueces de fulano, los jueces de zutano; sinvergüenzas que les sirven a las mafias políticas para repartirse el país a pedazos.

Tampoco tenemos un Congreso nacional sino diputados seudoprovinciales, que levantan la limpia bandera de sus provincias para justificar cualquier cosa, desde la destrucción de las islas Galápagos hasta el modo en que se suelen repartir el presupuesto, la Contraloría, las empresas eléctricas, Andinatel o Pacifictel. (Sí, ya sé que el acuerdo de Pacifictel y de las eléctricas ha estallado, y que los distintos bandos están peleando a dentelladas las mejores presas; pero más tarde o temprano, algún acuerdo se recompondrá).

Muchos piensan que todo esto es un asunto de educación. En parte es cierto: nuestras escuelas son muy malas y sin buena educación es difícil tener un buen país. Pero lo que nos ha dividido no es la mala educación sino los malos dirigentes. El Ecuador es un país fragmentado porque no tiene dirigentes con sentido nacional. Cada uno pelea por los mezquinos intereses de su clan o su parcela. Allí está la clave. Allí es donde debe apuntar la solución.