Es sorprendente lo que se logró en la Universidad de Guayaquil en los últimos años. En su momento, algunos creyeron que sería imposible que el más antiguo centro de educación superior de la ciudad pudiese recuperar su vocación científica, académica y técnica, haciendo a un lado a aquellos elementos que habían impuesto la violencia y el terror. Pero gracias a la valentía de sus autoridades y al compromiso de profesores, empleados, trabajadores y estudiantes, hoy la Universidad muestra otra cara, más acorde con lo que merece la comunidad.

Hacemos esta reflexión como preámbulo para invocar a todos los integrantes de la Alma Máter de la educación superior guayaquileña a que hagan un compromiso de mantener estas conquistas. Han causado mucha preocupación algunos intentos aislados de volver a introducir la violencia, ahora que la Universidad se apresta a elegir nuevas dignidades.

Sabemos que sus protagonistas son una absoluta minoría; así lo demuestra el que estas manifestaciones a las que nos referimos no se hayan generalizado. Sin embargo, la violencia tiene esa característica: comienza como una pequeña infección, pero ante el descuido, se transforma en un cáncer imparable.

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Bienvenido sea el debate entre los distintos postulantes a las funciones que se van a renovar: que todos ellos levanten, como primer punto de su programa, el compromiso de conservar la Universidad enemiga de la violencia que hoy tenemos.