La libertad es la representación de la dignidad humana. Todos los seres humanos tenemos derecho de manifestarnos a través de la libertad de pensamiento, de conciencia y de culto. En todas sus manifestaciones, la libertad, es un mérito irrefutable por el hecho de ser persona.

Ayer se celebró el Día de la Libertad de la Prensa. Un homenaje para aquella prensa que, por más de una vez, ha sido la fuerza que ha puesto al descubierto irregularidades, asaltos e incluso crímenes. Muchos han sido los reporteros y periodistas que, poniendo su vida en riesgo, han provocado el destape de horrores y homicidios; y por ello un aplauso perpetuo no bastará para dar las gracias. Más aún si sabemos que todavía se diseñan “listas negras” y que la forma más común de silenciarlos sigue siendo el asesinato.

El ejercicio de la libertad de prensa no solo implica el derecho de expresar el pensamiento, como lo hacen legítimamente algunos, sino que también es el derecho de la ciudadanía a ser informada. Un derecho que se hace posible a través de las manos del periodismo y de los medios de prensa. Es decir, que así como un médico tiene la obligación de sanarnos, los medios de prensa son quienes hacen posible nuestro derecho a ser debidamente informados. Harta responsabilidad implica esta labor. Es cierto, harta; pero hasta ahí. Nada más y nada menos. Tan solo informarnos con la verdad.

Y lo digo porque los medios, con todo su poder, desgraciadamente con nuestra colaboración y bajo el lema de la ‘libertad de prensa’, nos han alejado de la posibilidad de crecer bajo una información sana y responsable. Pues, con todo lo que anuncian nos hacen vivir en una especie de círculo vicioso engendrador de una curiosidad morbosa que nos entrena en la perversidad. Un círculo vicioso que, como dijo el maestro Edmundo Durán Díaz, es “... un círculo que no se sabe dónde empieza ni dónde termina, pero que está compuesto por una malsana curiosidad del público, la ambición del empresario de los medios de información, la exigencia de los dueños a los reporteros y el fisgoneo impúdico de las cámaras, hasta que el círculo se cierra con la noticia puesta en nuestros ojos”.

Si somos capaces de rendir homenaje a toda loable conquista realizada por esa libertad de prensa, y si estamos seguros que la libertad es parte de nuestra dignidad humana, preguntémonos qué es lo que merecemos cuando nos convertimos en cómplices de ese círculo, de esa prensa corrupta que nos arrastra a invertir nuestro tiempo libre en la violencia, en el comercio sexual y en la vida privada de las personas.

Preguntémonos por qué no somos lo suficientemente fuertes para detener a esa prensa cruel que nos impide regocijarnos en cosas nobles. Hagamos un acto de reflexión y, citando nuevamente al Dr. Durán Díaz, preguntémonos por qué “los méritos, las virtudes, los triunfos de la mente, las bondades del corazón, en fin, todo lo que dignifica al ser humano, tiene menos relevancia que lo insano y lo perverso”.