A los ecuatorianos, la lluvia los alentaba a salir corriendo y a insultar al árbitro para que terminara el partido. Para Rolando Montaño, envuelto en una bandera boliviana, las gotas gélidas y puntiagudas no existían. Bolivia pudo empatar el partido.

Quizá la gorrita de lana multicolor y orejeras hacía más intransigente el frío. Pero su convicción era determinante. Ecuador se había ido al descanso con un 3-0 “por  errores de la zaga boliviana”. Por eso, el primer gol de su selección lo hizo gritar con desesperación.

Montaño estudia una maestría en la Universidad Andina y quedó de encontrarse con algunos compatriotas en la tribuna. Allí se unieron siete amigos más. Un estudiante de medicina, dos funcionarios de la embajada con sus familias: la esposa y un hijo.

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Ocho bolivianos formaban la barra de la selección del altiplano. Su poderío era ínfimo. Cuando salieron del túnel Ramiro Blacut y sus pupilos, ni siquiera llegaron a verlos o mandarles un saludo. Eran ocho voces que los alentaban, contra 35 mil ecuatorianos que abucheaban al combinado boliviano.

De pronto llegó el autogol. Los ecuatorianos a su alrededor se mofaron. Había un tipo flaco y de nariz ganchuda, que se la pasaba diciendo: “esto es para 4-0... ja, ja”. Y llegó el segundo gol de la Tri. Y el tercero. “Me equivoqué, esto era para 5-0”. Nuevamente, la risa.

Para el segundo tiempo, los ecuatorianos se tardaron 13m para entender que las cosas no serían como antes. Bolivia anotó el 1-0. Y más tarde llegó otro gol. Los hinchas verdes no le temieron a nada. Ni a la lluvia. No se arrepintieron de haberse mojado y de no haber visto el gol del empate. La levantada de Bolivia fue suficiente.