Un ambiente frío reinaba en la capital federal suiza, que ayer recibió al papa Juan Pablo II en su visita de poco más de 30 horas en las que asistió a una reunión con la juventud católica helvética y para oficiar hoy una misa al aire libre.

Nada en las calles de Berna pareció anunciar la llegada del Papa: no hubo banderas con los colores blancos y amarillos del Vaticano ni carteles de salutación en las calles, y hasta el tiempo se presentó frío, con el sol que intenta rasgar las espesas nubes.

Ni siquiera en torno a la residencia para ancianos Viktoriaheim, regida por las hermanas de la Caridad de la Santa Cruz, y en la que se alojó Juan Pablo II, se vio señales que indicaran la presencia del Papa más mediático de la historia.

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La ciudad siguió su ritmo habitual de los sábados, con los mercados al aire libre en las plazas del núcleo medieval de esta ciudad protegida por la Unesco y los globos blancos que llevaban algunos niños nada tenían que ver con la visita, sino que anunciaban una jornada para promocionar el consumo de leche.

Algunos corresponsales que acompañaron al Pontífice en algunos de sus 103 viajes se dicen sorprendidos por la falta de signos exteriores de júbilo por la llegada del anciano Papa.

Tan solo es de destacar la presencia más numerosa de lo habitual de jóvenes en la estación ferroviaria y sus inmediaciones.